29 de diciembre de 2008

CAMPANADAS DESTILADAS

El primo J la observa con mirada burlona. Ve como del racimo escogido entresaca las más redondas, las pela con esmero, les extrae las pepitas con sumo celo, hurgando meticulosamente en el interior del carnoso fruto para que no se abra. Carajo, teimuda que es ella, las tradiciones mandan, piensa J.
La prima quiere comenzar bien el año y, temerosa de que los hados no le sean propicios, es obediente; gusta de acompasar ese gesto de llevar los frutos a la boca, deglutirlos e ingerirlos, con cada uno de los campaneos donde confluyen nacimiento y muerte del tiempo decretado por un arbitrario calendario.
Así, limpias, ordenadas y cubicadas , aguarda con la primera uva dispuesta entre el índice y el pulgar, a medio camino entre el plato y la boca; e imponiendo silencio a los comensales, se le alechuza el rostro, las pupilas se le dilatan, se le empenachan las orejas y el vértice de la barbilla apunta hacia el hueco por el que se deslizarán los repeniques de un reloj de pared situado en el salón contiguo …
A pesar de todos los esfuerzos, la prima suele concluir con los mofletes como botijos y una carcajada le acaba provocando un violento ataque de tos que concentra sobre ella las miradas de los comensales, al tiempo que una molesta mano, solicita y presurosa, se precipita sobre su espalda…
Y el primo J, que sostiene por la columna una copa de fino cristal y agita ceremonioso el dorado y aromático caldo que contiene, dice con tono socarrón y sonrisa dentona: prima, mejor destiladas.

24 de diciembre de 2008

EL SECRETO DE ÁNXEL FOLE

En mi antología personal de relatos favoritos guardo El secreto del espejo, cuento que Ánxel Fole dedicó “A todos cuantos pasan esta Nochebuena sin compañía”. Con el permiso del autor – me lo concedió ayer tarde en A Praza do Campo Castelo, ahí donde lo ven de espaldas-, se lo dedico a todos aquellos que quieran descubrir ese secreto.
El anónimo protagonista de esta historia, sumido en un estado de soledad y melancolía en la tarde-noche de una Nochebuena, irá desgranando las sombras de los días y la ceniza de las horas. Todo lo vivido, lo pensado y lo sentido parece repetirse, sí… Pero si descubrimos el secreto que oculta la caída de un espejo, el encantamiento volverá a surgir.
El secreto del espejo es una metáfora que recrea la teoría nietzscheana del eterno retorno en su más amplio sentido, no sólo como tiempo cronológico sino también como una concepción moral ante la existencia.
Interesante la propia estructura del cuento y el acertado final –ambos en consonancia con el tema tratado-, la ambientación romántica, el lenguaje poético, las descripciones detalladas y la rica adjetivación que caracteriza la prosa del autor gallego.

¡Qué lo disfruten!

EL SECRETO DEL ESPEJO
Alguna vez he pensado esto que estoy pensando ahora; más no sé dónde, no sé cuándo he vivido intensamente este pensamiento. Es como si columbrase -nada más que columbrase- la estela –nada más que la estela- de un recuerdo. Una impresión indefinible; pero honda casi angustiosa.
Entonces, tal como ahora, venía de dar una larga paseata por el campo. También estaba el valle envuelto en niebla. Se veía el sol como una pálida magnolia entre el vaho grisiento; un sol que parecía luna. Sonaban las campanas con un extraño son opaco, en un largo plañido… Era la tarde del día de Nochebuena, y yo recordaba cosas muy íntimas y muy tristes.
***
[…] Me siento y cojo un libro de versos. Quizás hayan transcurrido dos horas. Se ha extinguido el largo lamento de las campanas. Ya las sombras del crepúsculo han invadido la vasta estancia [...] Enciendo la lámpara, de pantalla de raso verde… En el gran espejo de la sala, frente a la chimenea de rojo mármol, se refleja mi rostro cansado, abatido; mi gesto de desaliento. Otra nochebuena que pasaré sólo.
Antes, hace dos o tres lustros no me pesaba la soledad. Por el contrario la hallaba alegre, amena. Más ahora significa para mí el tedio, la desesperanza y la angustia.[…]
Este libro de versos se titula, muy bella y melancólicamente, L´ Ombre de Jours. Sombras de los días, cenizas de las horas. No sé cuántas veces lo habré leído…Escribía muy bien la gentilísima condesa […]
***
Han pasado cinco horas. He saboreado la aromada compota de manzanas, que tanto me recuerda a las sencillas alegrías de la remota niñez. Pronto sonarán las doce en el antiguo reloj de pesas. Me espera la lumbre de la chimenea, el viejo sillón de orejas, el luminoso disco de la lámpara, el libro abierto sobre la mesilla. El gato negro está allí sentado, mirando la llama. Sus enigmáticos ojos, como de ágata, se salpican de lucecitas; chispean.
Tic-tac, Tic-tac…El reloj de pared mide el tiempo, diríase que lo cose –tic-tac, tic-tac…- retazo a retazo. O mejor la aguja del minutero –burro de noria- lo va extrayendo instante a instante -cangilón a cangilón- del pozo insondable, inescrutable del futuro. Este es el tiempo consciente, lúcido, donde estoy y donde soy; el tiempo henchido de mi mismo, de mis cavilaciones, remembranzas y esperanzas; el tiempo vivo, íntimo…
Miro para el gran espejo de enfrente, donde se refleja la lumbre de la chimenea… Allí me parece divisar de nuevo la estela de mi recuerdo. Como la cola de espumas que deja una nave tras de sí, como el rastro radiante de una estrella fugaz. Dura lo que un relámpago.
La rueda del minutero, la rueda del horario, la gran rueda del Mundo. Todo se va y vuelve… Dicen que en dos lugares, cualesquiera, del universo, se dan simultáneamente dos acontecimientos idénticos. Yo estoy –estaría- viviendo “esto” a millones, a billones de leguas de aquí en estos momentos. La equivalencia espacial al eterno retorno… Yo ya he vivido esto y lo volveré a vivir al cabo de siglos y siglos. ¿Será verdad...? Todo se repite en el espacio y en el tiempo. Me imagino una inmensa y rotunda galería de espejos. Somos vanas imágenes especulares de un sueño que se repite indefinidamente. Sueño de sombras, sombras de un sueño…
En la vida personal propia también se repiten ciertos momentos decisivos. Hablo de la vida interior, anímica o síquica. Se piensa algo insólito, rarísimo, que se ha pensado antes, con la misma resonancia sentimental, con igual emoción. Se vive, se revive aquel estado de conciencia tan vibrante y tenso.[…]
***
Suena la primera campanada de las doce. El tibio aire parece llenarse de burbujas…Un sobresalto que anuncia la inminencia de la revelación. Comprendo: suena la hora de la cita conmigo mismo después de muchos años…
Una voz que no se oye, que habla directamente a la inteligencia, me dice: “Escucha. Soy el espejo… Mira mi palpitante entrada de lumbre. Todo se refleja en mí sin dejar huella. Por eso no puedo envejecer. Seré siempre joven mientras viva. Sueña siempre si quieres ser como yo. Ya te he contado mi secreto en esta misma sala, hace veinte años. Se me rompiera un clavo que me sostenía y tú acudiste presuroso…”
Con la última campanada se me partió el encanto. No sé porque sentí el impulso de agarrar el jarrón y arrojarlo contra el espejo. Vi que éste pendulaba, mas un extraño, indescriptible estupor me mantuvo sujeto al sillón… Se vino abajo con formidable estrépito. Su luna chocó contra el quicio de una mesa de alas y se hizo añicos […]
Salgo a buscar una botella de licor de guindas y una copa. Sobre la consola de cereza hay una vieja caja de música. Es de caoba y luce en la tapa una incrustación de nácar. Abro y doy cuerda… Surgen las notas de un viejo vals muy romántico y añorante. Me parece percibir vislumbres de raso, de agua enlunada.
En la tallada copa fulgura un rubí.
Un encantamiento sucedió al otro. La soledad volvió para mí a ser un goce.
A todos cuantos pasen esta Nochebuena sin compañía.

El secreto del espejo está publicado en Ánxel Fole, Obra Literaria Completa III Edit. Galaxia, Vigo, 2003. Los dos primeros volúmenes recopilan su obra en lengua gallega y el tercer volumen su producción en castellano. La compilación, con prólogo y notas, fue hecha por el poeta y profesor de la Universidad de Santiago Claudio Rodríguez Fer.

Ánxel Fole ( Lugo 1903-1986)
Fue miembro de la Real Academia Gallega desde 1963, propuesto para el Premio Nobel en 1983 y en 1997 se le dedicó “O Día das Letras Galegas”. Apasionado lector de Espronceda, Bécquer, Dickens y Dostoievski; de Valle Inclán y los clásicos gallegos del XIX, Rosalía de Castro y Curros Enríquez. En su narrativa confluye la tradición del cuento popular con la renovación y la modernización del género. Supo retratar tan bien la realidad material de los hombres y las tierras gallegas como la inmaterial de la Galicia mágica y misteriosa. Sus primeros libros, publicados en la década de los cincuenta, están centrados en la Galicia campesina: A lus do candil, Terra Brava y la obra teatral Pauto do demo. Son el fruto de un tiempo vivido en las tierras de la montaña luguesa, observando el entorno y escuchando historias junto a la lumbre de una lareira. Las historias situadas en el mundo urbano serán publicadas en los años setenta y ochenta: Decímolo ou non o decimos, Contos na néboa y Cartafolio de Lugo. Fole, fue un escritor comprometido con su tierra y con su lengua (“El gallego –decía- es un idioma extraordinariamente estético y atractivo”), y un atifascista visceral que contribuyó de forma decisiva al resurgimiento de la literatura gallega después de la guerra civil. La guerra civil, que le sorprendió siendo secretario provincial del Partido Galleguista, impidió la publicación de su primera obra en gallego, Auga Lizgaira, cuyos originales se perdieron entre las máquinas de la imprenta. Buen conversador, mantuvo amistad con Cunqueiro, Castelao, Maside, Otero Pedrayo y Blanco Amor, con los que compartió las tertulias de la II República. Y muchos todavía le recordamos en sus últimos años sentado en el Salón de Columnas del Circulo de las Artes, a primeras horas de la tarde, tomando un café y disfrutando de la conversación con sus amigos y paisanos.

21 de diciembre de 2008

O APALPADOR


Vive en la memoria de los habitantes más ancianos de O Courel y Os Ancares, tierras de la montaña luguesa donde Ánxel Fole situó sus mágicos cuentos de lobos, meigas, trasnos y aparecidos que se recogen Á lus do candil* (A la luz del candil). Los más viejos del lugar lo recuerdan por lo que sus mayores les contaron y lo describen como un viejo apacible, barbado y grandote, que fuma en pipa, lleva boina y viste chambra colorida y pantalones con remiendos.

Cuentan también que la noche del veinticinco o treinta y uno de diciembre, este gigante bonachón y de oficio carbonero, abandonaba las altas dehesas donde vivía y bajaba a las aldeas para entrar sigilosamente en el cuarto de los más pequeños. Después de palparles la barriga con sumo cuidado (de ahí su nombre de Palpador) y comprobar que estaban bien alimentados, les deseaba que el año venidero no pasasen hambre y como regalo de navidad les dejaba un buen puñado de castañas asadas (O Apalpador era hombre sabio y no ignoraba que en aquellos tiempos –XIX y principios del XX- la castaña en Galicia era un alimento muy preciado). Alguna vieja del lugar todavía recuerda una cancioncilla que cantaban a los niños para incitarles a dormir y calmar la excitación que les provocaba la llegada de este mítico personaje: **

Vaite logo meu ninín, /Vete pronto niño mío,
marcha agora prá camiña /marcha ahora a la camita
que vai vir o Apalpador /que vendrá el Palpador
a palparche a barriguiña./ a palpar tu barriguita.

Confieso que la leyenda de O Apalpador genera en mí sentimientos encontrados. Por una parte me resulta entrañable, me lleva a la Galicia que mis abuelos y mi padre recreaban oralmente y donde aflora el realismo mágico de una tierra rica en tradiciones y leyendas que fueron fuente de inspiración para los cuentos de Fole, Dieste o Cunqueiro. Pero desde una perspectiva menos romántica, me transporta a una época de aislamiento, privaciones y miseria. El hecho de que O Apalpador palpase las barrigas para comprobar si los niños estaban bien alimentados, me hace pensar en la escasez de comida y en las duras condiciones de vida de hombres y mujeres que sometidos al aislamiento y al abandono se vieron obligados en muchas ocasiones a emigrar. Sin embargo, no deja de resultar conmovedora esa emoción que despertaba en los niños el regalo de un simple puñado de castañas, el valor que para ellos tenía algo tan esencial como la comida. Y por desgracia sigue habiendo muchos lugares donde los niños recibirían la figura de un Palpador con tanta ilusión como aquellos otros que antaño habitaron las tierras de la montaña lucense.

*A lus do Candil, Ánxel Fole. Edit. Galaxia, Vigo 2004

**La recuperación de esta figura de la cultura popular gallega se debe al investigador José André López Gonçalez y fue el pintor e ilustrador gallego Leandro Lamas quien creó la imagen del viejo carbonero que recuerda al Olentzero del País Vasco y al famoso San Nicolás o Papá Noel de controvertido origen

Para todos Bo Nadal y muchas castañas para el 2009.

Pintura de Leandro Lamas







18 de diciembre de 2008

ECOS DE CARACOLA


Era flaca, ligera, de ojos achicados y labios consumidos. Su rostro de campesina, labrado por el frío del invierno y el sol del verano, había tomado el color oscuro de la tierra que trabajaba. En el invierno olía a lluvia y a leche caliente, y a hierba seca y espigas de maíz en el verano.
Durante todo el año vestía ropas oscuras, calzaba zuecas y cubría su cabeza con un pañuelo negro. Guardaba sus tesoros en una caja de cartón. Unas medallitas, un anillo, unas fotos antiguas y algunas cartas enviadas, años atrás, desde Cuba. Y en un estuche, con forro de terciopelo rojo, una caracola marina y una postal de una playa solitaria con palmeras.
Aquella tarde vestía ropa nueva, lucía zapatos y su escaso pelo gris se recogía en un sencillo moño. Durante el viaje apenas habló. Concentraba su mirada tras el cristal aprehendiendo espacios y paisajes ignorados a sus ojos. Por momentos se entretenía en colocar los plisados de su falda, en limpiar el inexistente polvo de sus ropas, en admirar sus zapatos de azabache.
Al término del viaje bajó del coche y frente al sol del atardecer caminó por un estrecho sendero. Sabía que estaba cerca. Hasta ella llegaba el vaivén de una melodía desconocida y el olor a caracola marina que la brisa mecía en su regazo. Con el corazón agitado y los ojos anhelantes tomó carrerilla y, ligera, subió a los montículos de arena. Y en los ojos de María nació el mar: una playa solitaria, sin palmeras.

15 de diciembre de 2008

LA CONDENA

Te esperaba en el mismo lugar en el que solíais encontraros mientras duró vuestro noviazgo. Al descubrirle, advertiste que regresaba la angustia de días no tan lejanos y un estremecimiento sacudió tu cuerpo. Te diste la vuelta mientras lo maldecías y cambiaste de dirección, pero al instante volviste sobre tus pasos presintiendo que los de él te seguirían. Los dos recorristeis la distancia que os separaba, y mientras caminabas hacia él tus vísceras se rebelaban, los músculos parecían no querer obedecerte y te abrazabas a tu cuerpo temblándote las manos en el interior de los bolsillos de tu abrigo. Sentías terror. Siempre le habías tenido miedo.
Posó una mano sobre tu hombro, una mano etérea e intangible que no transmitía ni frío ni calor, y sin embargo sentiste un escalofrío. Con la angustia contenida, le miraste a los ojos, unos ojos hundidos e insomnes, y le interrogaste con tu silencio. Su voz sonó oscura, lejana, como si no emergiera de su boca: “Perdóname”, dijo. Tal vez fue un ruego o una súplica, pero tú lo entendiste como una de tantas órdenes recibidas en los años que de amarga convivencia tuviste con él.
Por primera vez lo encaraste con un valor que te era ajeno. Comprendiste que nacía en aquel instante de una convicción: sus manos no volverían a hacerte daño, y su cuerpo, una sombra sólo visible a tus ojos, no podría volver a someterte. Entonces, también por primera vez, te rebelaste y respondiste negando con la cabeza, negándole íntimamente la compasión que él tampoco había tenido contigo.
No te importó que en su condena se arrastrara por los fríos y olvidados callejones de una ciudad fantasma a la que nunca llega la luz, ni que llamara a todas las puertas cerradas de las casas sumergidas en sombra obteniendo por respuesta un inhumano silencio. No, no me importó que permaneciera hasta el fin de los tiempos en el infierno: la más absoluta y amarga soledad.

11 de diciembre de 2008

VEINTE AÑOS CON ACHÁDEGO-TEATRO


No cobran por lo que hacen y el dinero que ganan es para sufragar gastos. Ensayan después de su trabajo porque son hipócritas por devoción y afición además de diseñadores, modistas, maquilladores, carpinteros, pintores, electricistas, montadores, pinches y lo que fuere necesario. Muchos sábados y domingos se levantan a primeras horas de la mañana, cargan la furgo con todos los bártulos (decorados, focos, estructuras, burras, vestuario, cajas y chismes varios) y emprenden el viaje a ninguna parte. Hoy es un día de invierno, la niebla parece salida de la boca de un buey o llueve a dios dar porque en el norte el vientre de las nubes es un pozo sin fondo; hace un poco de sueño –alguno ha dormido con los pies fuera por la fiebre del sábado noche- y los que no conducen van con los ojos medio cerrados -o medio abiertos (difícil precisar)-, aunque la oreja puesta en la voz de Bruce o El Cigala o Los Enemigos o Ella Fitzgerald, que los gustos son diferentes porque cada uno es de su padre y de su madre y de generaciones distintas. A mitad de camino va un cafetito rápido, que hay que llegar a la hora acordada y faltan no sé cuantos kilómetros, y hoy la descarga es de las que te vas a enterar de lo que vale un peine, rapaza, porque no hay montacargas y el escenario está en un primer piso al que se accede por una escalera de caracol, la madre que los…
Llegada la hora, la parva no se perdona – los actores suelen ser tan buenos gastrónomos como catadores (y a buen precio)-, que no todo ha de ser vaina teatrera, y también queda un tiempo, aunque escaso, para la siestecita o la lectura o la tertulilla o el internet. A primeras horas de la tarde, hay que aforar, medir el escenario, probar luces y música, colocar vestuario y dar un repasito, que hoy X suple a Y, y se le descosen las costuras de los nervios, que es la primera vez que hace este papel porque fulanita tiene un examen o un curso, o menganito está en cuarentena porque su señora y la hija de ambos han pillado las paperas.
Unas veces, los hipócritas aficionados están de suerte y el escenario es un teatro principal; otras, toca un cutre salón de actos, el aula de usos múltiples de un colegio o un palco improvisado en la plaza de una ciudad o en la carballeira de un pueblo. Puede que el patio de butacas o de sillas de terraza esté a rebosar, o bien que no haya más que los incondicionales o cuatro pinzos despistados porque hoy hay partido del Madrid a la misma hora y además los de la tercera edad tienen bailongo. Es igual, el telón siempre se abre porque estos aficionados son buenos fingidores, unos farsantes muy pruffesshionales que se adaptan a cualquier conceto y circustancia, como diría el amigo Manquiña.
A la vuelta, hace más sueño que a la ida y sólo se oye el motor del coche y la voz del copiloto para que el conductor no se duerma, y nos dan las dos o tres de la mañana, y hay que descargar los bártulos una vez más Puufff, y mañana es lunes, cagüen la, y toca madrugar que la vaina esta en otra parte, y la parienta o el pariente estará con el morro afilado, jo, no te digo, otro fin de semana sol@-...
Bueeeeno, no se me amilanen, no se acongojen, no se quejen tanto y resiiiiistan: yo sé que a todos les va la farsa por amor al arte y que sarna con gusto es para rascarse mejor.

Para Achádego Teatro, ¡ Vinte Decembros Máis!

Tareixa Campo, directora de Achádego: A maioría mercamos con outra profesión a liberdade para vivir do teatro
Breve historia del grupo
En el año 1988, la actriz y directora Tareixa Campo recibe el encargo de hacer un montaje para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La obra escogida fue A dobre historia do doutor Valmy (La doble historia del doctor Valmy) de Buero Vallejo, en la que se denuncia la oscura y dramática realidad de la tortura. El grupo de personas que llevaron a cabo este proyecto deciden formar una compañía estable de teatro aficionado. Así nace, en Lugo, Achádego. Desde entonces unos cincuenta actores han pasado por el grupo lucense que a lo largo de estos veinte años ha colaborado en programas para la televisión gallega, realizado espectáculos de calle y llevado a escena numerosas obras: Os Desaqueloutrados (Fuera de quicio) de Alonso de Santos, O Irlandés astrólogo de Luis Seoane, Maxia vermella (Magia roja) de Michel Guelderode, Aulularia de Plauto, Unha petición de man de Chejov, Confusión de María Balteira de Marica Campo... Entre sus últimos montajes están O libro de ler e desler, creación de Marica Campo y del propio grupo, y O Divino Sainete de Curros Enriquez.



6 de diciembre de 2008

A ESMORGA ( LA PARRANDA)


El nombre de este blog está inspirado en unas palabras que remiten a la novela A Esmorga, del escritor ourensán Eduardo Blanco Amor (1897-1979). Cibrán Canedo (narrador principal de la historia), consciente de su condición humilde y marginal, se dirige con frecuencia a un juez que le toma declaración con las siguientes expresiones: "Con permiso de su cara, con licencia de usted". La elección de una expresión antónima como nombre de mi blog, no deja de ser una anécdota que viene a manifestar mi devoción por una de las mejores novelas escritas en lengua gallega y que merece ocupar un puesto en la historia de la narrativa contemporánea.
A Esmorga es la crónica amarga y brutal de tres hombres marginales y marginados que a lo largo de veinticuatro horas deambulan por los alrededores y bajos fondos de Auria -transfondo ficcional de la ciudad de Ourense-. Perseguidos por la justicia y bajo la lluvia y el frío de la noche, Cibrán Canedo, obrero de la construcción, Juan Fariña, sin oficio conocido, y Eladio Vilarchao, sastre de profesión y de condición homosexual nunca reconocida, encuentran su desahogo en el alcohol, el sexo y la violencia. La entrega a los placeres más primarios e instintivos, como huída y compensación a la adversa y hostil realidad en la que viven, les conduce a la autodestrucción.
Blanco Amor nos sitúa en una ciudad gallega de principios del XX, pero la historia transciende la época y el espacio y bien podría situarse hoy en Nueva York, Buenos Aires o París. Los tres protagonistas constituyen un dramático paradigma del individuo alienado, con escasa conciencia de clase y cuyas difíciles condiciones de vida le llevan a la autoexclusión de una sociedad que a su vez le da la espalda.

A Esmorga , Eduardo Blanco Amor. Vigo, Edit. Galaxia, 2001
La Parranda, Eduardo Blanco Amor. Gijón, Edit. Trea, 2001
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Curiosidades
A Esmorga fue publicada en Buenos Aires en 1959 y reescrita al español como La Parranda por el propio autor un año después. Fue llevada al cine por Gonzalo Suárez en 1977, y a escena por el grupo ourensán Sarabela Teatro bajo la dirección de Ángeles Cuña.
Se puede conseguir algún ejemplar de la primera edición publicada en español en Puerto libros.com: La Parranda. Buenos Aires, Cia Fabril Editores, 1960.
En Ourense se puede realizar “O Roteiro da Esmorga”, recorrido por lugares en los que trasncurren las peripecias de los protagonistas de la novela. Merece la pena si antes se ha hecho su lectura. Cartel de la obra de teatro


Cartel de la película











3 de diciembre de 2008

OJOS Y MIRADAS


El director de cine Jonh Ford por R. Avedon


El fotógrafo Richard Avedon


El gran buho de las nieves: autorretrato de Picasso sobre una fotografía de Douglas Duncan


Ojo, M.C. Escher


EL ojo que ves

no es ojo porque tú lo veas;

es ojo porque te ve

A. Machado



29 de noviembre de 2008

SOS PARA QUINÍN

Dicen que su amo dice de él que es tan listo como un perro y que aunque no habla latín sí entiende el gallego. Así, dicen que en lengua vernácula, Quinín recibe las instrucciones de su amo y tal cual las cumple: da la pata, pastorea las ovejas, vigila la casa, alerta de los extraños o espanta las moscas. Y hasta también dicen que cuando su amo lo saca a pasear para deleite de la vecindad, se marca unos pasos de baile con sus brillantes pezuñas de claqué.
Les aclaro que Quinín es un lustroso y bien cebado gorrino y, como a todo cerdo, le ha llegado su San Martiño. Es por esto que, como ahora estamos en época de matanza, el amo de Quinín está de luto y se siente muy apenado porque no desea pasar a cuchillo al entendido animal.
Pero, ay amigos, el cerdo por lo que vale -y ya se sabe que de él hasta los andares-, y el amo de Quinín no puede seguir pagando la pensión alimenticia del marrano sin quitarle a su prole el pan de la boca. Esto, dicen que dijo. Y claro, me digo yo que estamos en tiempos de crisis, y entiendo que el buen hombre, puesto en tal tesitura, haya decidido abrir una cuenta corriente donde recoge dinero de los ciudadanos a cambio de conceder el indulto al preciado animal.
Por el alma del gorrino, aunque digo que “dicen que dijo”, no crean que les cuento un cuento. Esto que escribo es un sucedido. Pues de las tribulaciones del amo y habilidades del gorrino ha dado cuenta la televisión local, que aunque yo no fui testigo, me lo ha contado gente de bien y en la cual acredito, y entiendo que ahora yo soy tan responsable como cualquiera de la suerte del marrano. Por eso, como humilde narradora transmisora, se lo hago saber, que no quisiera yo dormir una noche más con el cargo de conciencia de no haber contribuido a la salvación del insólito cochino. Al fin y al cabo, la certeza más veraz que tengo es la que dicen que dijo el amo: Quinín vale más vivo que muerto.

6 de noviembre de 2008

EL OSCURO ENEMIGO


Siempre me recordó al personaje que Burt Lancaster interpretaba en la película Confidencias de Visconti. Como él, Paco también parecía comprenderlo todo y contemplar la vida con una mirada serena de escéptico humanismo. A los cincuenta y cinco se había retirado a su pequeño pueblo, en una casita frente al mar, para vivir entre las ruinas de su inteligencia y la compañía de Madame, su gata.
Aquel primer verano de clases de francés, Totó y yo salíamos juntos. Algunas tardes llegábamos antes de la hora porque nos gustaba la casa de Paco, nuestro profesor. Tenía una espléndida biblioteca y en cada rincón guardaba algún recuerdo de sus viajes, sobre todo gatos, gatos de distintos tamaños y colores. Eran su fetiche.
Madame se amodorraba en un cojín y nosotros tomábamos café o te en unas tazas de porcelana china mientras esperábamos a Mabel, la otra alumna de Paco. En el tocadiscos sonaban Aznavour, Jacques Brell, Edit Piaff o los Conciertos de Bach. Hablábamos de cine, de música, de literatura. Bueno, más bien lo hacía el profesor, nosotros éramos jóvenes ávidos de conocimiento.
A Paco se le iluminaban los ojillos y se ponía canalla cuando nos contaba sus experiencias en París, donde había vivido a finales de lo sesenta. Era culto, refinado y amaba todo lo francés. En nuestras clases de lengua nos leía a Crhetien de Troyes, a Les Poètes Maudits y nos daba textos de La cantatrice chauve o La leçon de Ionesco para que interpretásemos. Con frecuencia quedábamos por las noches en su casa y nos ponía películas de directores franceses. En aquellas sesiones descubrimos a Renoir, a Ophüls, a Truffaut… Y fue la primera vez que vi L’Atalante de Jean Vigo.
Mabel, Totó y yo nos divertíamos con Paco, le admirábamos; y a lo largo de varios veranos fuimos estableciendo con él una amistad y una complicidad que llegó a convertirse, tanto en mi caso como en el de Mabel, en un amor platónico.
Uno de aquellos días, nos acompañó a casa de Paco una amiga de Mabel. No recuerdo su nombre, he preferido olvidarlo. Quería marcharse a Francia y Mabel le había hablado de Paco. Vino para conocerlo. Cuando Paco la vio, comentó que se parecía a Jeanne Moureau, una de sus musas más admiradas del cine francés. Era muy guapa y algo mayor que nosotros.
Aquella noche, como homenaje a ella, Paco habló de París, sus calles, sus cafés, sus librerías, los amores vividos..., y recitó poemas de Baudelaire y Rimbaud. Bebió mucho, fumó hierba e invitó a la “Moureau” a bailar La vie en rose. Estaba feliz y nosotros también. Recuerdo que nos reíamos mucho, excepto la amiga de Mabel, que después del baile se tumbó en el sofá y se quedó dormida.
En un momento de la noche, Paco se sintió mal. Nos asustó su palidez y ver que ponía los ojos en blanco. Estaba de pie y se desplomó sobre la alfombra permaneciendo inconsciente durante unos minutos. Cuando despertó, vomitó allí mismo, en el salón. Totó y yo lo llevamos hasta su cuarto, lo desvestimos y lo metimos en la cama mientras Mabel limpiaba el vómito y le preparaba una infusión.
Era las siete de la mañana cuando salimos de allí y decidimos ir a desayunar. Mientras nos servían, expresamos nuestra preocupación por Paco y entonces la “Moureau” comentó: "No sé como podéis aguantarlo, es un viejo triste que va de progre y sólo vive de recuerdos".
Nos dolió aquel desprecio. Pero empecé a entender el brillo húmedo y el velo de melancolía que cubría los ojos de Paco cuando llegaba el final del verano y nosotros abandonábamos el pueblo y sus clases.
Tenía sesenta y seis años cuando decidió morir. Fue una tarde de septiembre cuando abrió la espita del gas y se dejó ir. No fui a su entierro, algo que siempre me reprocho.
Cuando lo encontró Ada, la señora que limpiaba la casa, en el tocadiscos todavía giraba La pasión según San Mateo, de Bach, y entre sus manos retenía un poema de Baudelaire, El enemigo:

“Mi juventud no fue sino un gran temporal
atravesado, a rachas, por soles cegadores;
hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
que apenas, en mi huerto, queda un fruto de sazón
[…]
-¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo,
y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
crece y se fortifica con nuestra propia sangre”