23 de abril de 2010

Hojas Volanderas

Libro, Maria Grazia Manzino

Ningún lector carnal querrá renunciar para siempre a esas voluptuosidades
Andrés Neuman

Hoy, miro la viñeta de El Roto en El País -UN LIBRO ES UN LIBRO. RECHACE IMITACIONES- y de inmediato visualizo un cielo azul cobalto, el de la imagen superior, con hojas de papel en blanco que se escapan por una ventana, una imposible imagen en su melancolía si pensamos en el libro electrónico, las páginas de un e-book no pueden volar, me digo, no son hojas, y mucho menos hojas volanderas nacidas de un árbol... Pienso entonces en nuestros queridos libros de milhojas volanderas, ¿podrán escaparse por las ventanas y pantallas digitales?
Aunque navego por Internet, leo en pantalla y no menosprecio la utilidad de un e-book, me confieso más lectora carnal que virtual, y es que el libro impreso, tinta y papel, despierta mis sentidos, su cuerpo, su estructura física, se me ofrece más atractiva, sensual y bella que un aséptico soporte digitalizado. Es la textura de su tejido, un cartoné o una tapa rústica, el tacto satinado, áspero o sedoso de las hojas, el peso o la liviandad de éstas, el aleteo suave al paso de sus páginas, el roce de mis dedos con la tibieza del papel, su apertura de libro en abanico o su arqueo de bandoneón, la flexibilidad y la docilidad de su cuerpo para adaptarse a mis manos y acogerse al hueco de mi regazo, o al de mis caderas o al de mi pecho cuando me quedo dormida. Es el olor a tinta y a viejo o a nuevo, la cinta de hilo del punto de lectura, el dobladillo de una esquina, el capricho de arrancar una de sus hojas, sus pliegues, sus grietas, sus arrugas o su piel tersa. Y no puedo sustraerme a las sutiles historias, a los secretos y recuerdos que permanecen guardados, cobijados, entre las hojas volanderas, una fecha, una dedicatoria, un billete de autobús , la entrada de un concierto, una foto, la hoja de un árbol, una brizna de hierba, una gota de café, una carta o unos versos olvidados… En definitiva, es la vida que late en la materia de la que está hecho el cuerpo de un libro de papel, y la huella del tiempo o la impresa por cada lector que lo ha leído y disfrutado. Yo no quisiera renunciar para siempre a los voluptuosos placeres que nos ofrecen las hojas volanderas y creo que la decisión la tenemos nosotros, los lectores. Quedan todos los días del libro para acercarnos a librerías y bibliotecas y demandar hojas que puedan volar, libros carnales que despierten nuestros sentidos.

Les remito a un artículo del 2006 publicado en El País por Andrés Neuman:

Sin embargo, en este debate sobre el futuro del libro me temo que omitimos, como casi siempre, a la parte más importante: los lectores. Porque sencillamente, si sigue habiendo lectores que deseen leer libros impresos, los editores no encontrarán motivo para dejar de publicarlos.
El libro impreso no es un instrumento limitado, y por tanto superable mediante métodos más avanzados, sino una realidad perfecta en sí misma. Una posibilidad única en su especie que admite todos los complementos imaginables, pero no sustituciones absolutas. Lectura carnal y lectura virtual no se oponen.
El libro impreso es la arena de la playa, la piel de cada sueño, el chocolate de los ojos. Sus páginas seducen al doblarse y sus márgenes encuadran el silencio de quien lee. Apretar un buen libro tiene algo de ensalmo, de amistad, de defensa contra el miedo. Leer es un acto virtual y a la vez carnal: el libro impreso vendría a ser el puente entre imaginación y materia, el cuerpo de ese amor. Por eso sé que ningún lector carnal querrá renunciar para siempre a esas voluptuosidades, sino como mucho alternarlas con otras clases de encuentro con la palabra. Aunque una buena pantalla, qué duda cabe, también tenga su encanto. Y su luz. Y su cosquilla.
El lector carnal,
Andres Neuman

Si quieren leer el artículo completo pinchen aquí.


Ilustración de Mattotti

13 de abril de 2010

Poetas VIII- Versos de Abril

Isla con guirnalda de flores, G. de Chirico

Querido poeta:
Hoy escojo abril,
abrilamores, de aguas mil y mil colores.
Hoy abrazo palabra abril, tango en flor,
blanca promesa de roja cereza.


Recuerdan…
En febrero el poeta se despedía Deica abril/Hasta abril.
Y yo le he tomado la palabra.

O poeta escolle abril
De quen fuximos? Quizaves, dime, a cinza
non rexeita a garrida mocedade e o sangue?
En abril e maio non hai cinza, dicen.
Fiquemos ,amigo, sob das azas de abril.

Que fuxan o río, a rosa colorada,
beba deica o final a chama a estela, o titaque o
reló,
procuren un lonxe ou un ningures os camiños
onde morrer.
Á par que fuxe, leve o río o cadavre de Ofelia e as
margaridas da ribeira.

Pro nós, amor, temos os cans fieis das verbas.
Decimos cinza i é pó agora mesmo o que foi chama.
Ofelia, dis, e unha sonrisa alerta a túa memoria
e os ollos teus, rula, nena e suave terciopelo.

Temos a verba, amor, para decir: abril.
Sob as súas azas frolecerán os días.

Abril: o aer pousa unha cidade nas ponlas
das bidueiras de abril. O noso fogar é.

Viviremos, amor, decindo a verba,
queimándoa, feríndoa, labrándoa
tan doce e temerosamente que ela coide, palabra
abril,
que por nós vive, vivímola e soio é dita: abril

Alvaro Cunqueiro, de Herba aquí ou acolá


El poeta escoge abril
¿De quién huimos? Quizás, dime, ¿la ceniza
no rechaza la gentil juventud y la sangre?
En abril y mayo no hay ceniza, dicen.
Quedemos, amigo, bajo las alas de abril.

Que huyan el río, la rosa colorada,
beba hasta el final la llama la astilla, el tictac el
reloj,
procuren una lejanía o un ningún lugar los caminos
donde morir.
A la par que huye, lleve el río el cadáver de Ofelia y las
margaritas de la ribera.

Pero nosotros, amor, tenemos los perros fieles de las palabras.
Decimos ceniza y es polvo ahora mismo lo que fue llama.
Ofelia, dices, y una sonrisa alerta tu memoria
y tus ojos , tórtola, niña y suave terciopelo.

Tenemos la palabra, amor, para decir: abril.
Bajo sus alas florecerán los días.

Abril: el aire posa una ciudad en las ramas
de los abedules de abril. Nuestro hogar es.

Viviremos, amor, diciendo la palabra,
quemándola, hiriéndola, labrándola
tan dulce y temerosamente que ella piense, palabra
abril,
que por nosotros vive, la vivimos y sólo es dicha: abril