21 de junio de 2010

¿Cómo dijiste que se llamaba tu mamá?

" Pero no me importaban los juguetes.
Oye, ¿cómo dijiste que se llamaba tu mamá?
Mariana"

Aún palpitaba la herida de la segunda guerra mundial y la amenaza de la bomba atómica, pero la industrialización avanzaba y las caderas de Lilia Prado y Tongolele se movían al mismo ritmo que los deseos de los mexicanos: dejar atrás el mundo antiguo y modernizarse. Aprender inglés, comer hamburguesas, tomar Coca Cola o descartar el tequila para servir whisky y "blanquear el gusto de los mexicanos". Carlos, protagonista y narrador de Las batallas en el desierto, evoca aquella época de su preadolescencia con la sombra incomprensible de la guerra, la maledicencia, el racismo social, el deseo, los tocamientos malos y la confusión en su inocente mirada sometida a la prejuiciosa visión de los adultos. Sin embargo nada será vivido con tanta conmoción e intensidad como el enamoramiento de Mariana, la mamá de su amigo Jim y amante de un político de la época:
"Por hondo que sea el mar profundo
no habrá barrera en el mundo
que mi amor no rompa por ti".

(letra del bolero Obsesión, Pedro Flores)

No dejen de leer esta maravillosa novela corta, bello recuerdo de un inocente amor infantil y lúcido ajuste de cuentas con la realidad que al propio autor, José Emilio Pacheco, le tocó vivir en su infancia. Las batallas en el desierto, con un lenguaje y estilo sencillo, traza un retrato del México de los años cuarenta, espejo de un mundo en transformación que mantenía la absurda ilusión y esperanza de que el paraíso en la tierra podría ser alcanzado. Con el tiempo llegarían la frustración y el desencanto, y la esperanza se (nos) ofreció tan imposible como lo fue el amor de Mariana para Carlos. Les dejo un visionario fragmento de esta extraordinaria narración y un sugestivo vídeo con la bailarina Yolanda Montes, la poderosa y sensual Tongolele: sus piernas, sus senos, el misterioso sexo escondido… Aunque para el niño Carlos, "la imagen de Mariana reaparecía por encima de Tongolele".

“Los mayores se quejaban de la inflación, los cambios, el tránsito, la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el exceso de gente, la mendicidad, los extranjeros, la corrupción, el enriquecimiento sin límite de unos cuantos y la miseria de casi todos.
Sin embargo había esperanza […]
Para el impensable año dos mil se auguraba –sin especificar cómo íbamos a lograrlo- un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades limpias, sin injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. Para cada familia una casa ultramoderna y aerodinámica (palabras de la época). A nadie le faltaría nada. Las máquinas harían todo el trabajo. Calles repletas de árboles y fuentes, cruzadas por vehículos sin humo ni estruendo ni posibilidad de colisiones. El paraíso en la tierra. La utopía al fin conquistada”.

Las batallas en el desierto, José Emilio Pacheco
Tusquest Editores, 2010/ Edit. Xalaparta 2001

8 de junio de 2010

Emily y la Mantis



Soy de regresar a espacios significativos y vitales. Tal vez en el arrobo y deslumbramiento de un primer encuentro no repose la mirada en mi ansia por ver. O porque, como a los niños, me guste recrear un mismo cuento para afianzarme en él, recorrerlo y escudriñarlo con detenimiento y pasmarme en cada uno de sus más preciados y secretos rincones. El mundo en un jardín (A. Muñoz Molina) y la entrada de Inés González en su cuaderno Incisiones múltiples, me han regresado a la silenciosa desnudez de la voz de Emily Dickinson, un espacio solitario, nostálgico y penetrante que me conmueve en su Casita albana, me hiere en el hermetismo de sus ventanas y me sobrecoge por afrontar en el interior ese huésped más helado. Y por extrañas asociaciones –casi siempre gozosas para mí- algunos de los versos de la escritora me han recordado un hermoso corto de animación: La parábola de la mantis. Les invito a verlo al final de esta selección de poemas (traducción Silvina Ocampo, Barcelona, Tusquets Editores, 1985)

Presentimiento es esa larga sombra
que poco a poco avanza sobre el césped
cuando el sol sus imperios abandona.
Presentimiento es el susurro tenue
que corre entre la hierba temerosa
para decirle que la noche viene.

Venerar los días simples
que guían las estaciones,
solo exige recordar
que a ti o a mí
pueden quitarnos
eso nimio llamado inmortalidad.
-
Investir la existencia
de un aire majestuoso
solo exige recordar
que para el cielo
esa bellota que está allí
es el óvulo de los bosques.
-
¡Dame el ocaso en una copa,
enumérame los frascos de la mañana
y dime cuánto hay de rocío,
dime cuán lejos la mañana salta-
dime a qué hora duerme el tejedor
que tejió el espacio azul!

¡Escríbeme cuántas notas habrá
en el nuevo éxtasis del tordo
entre asombradas ramas-
cuántos caminos recorre la tortuga-
cuántas copas la abeja comparte,
disoluta del rocío!

También, ¿quién puso la base del arco iris,
también, quién guía las esferas dóciles
por juncos de azul flexible?
¿Qué dedos atan las estalactitas-
quién cuenta la plata de la noche
para saber si nadie está en deuda?

¿Quién edificó esta casita albana
y cerró herméticamente las ventanas
que mi espíritu no puede ver?
¿Quién me dejará salir un día de gala
con implementos de vuelo,
fugaz pomposidad?


Naturaleza es lo que vemos -
la montaña – el poniente-
la ardilla – el eclipse – el abejorro -
no – naturaleza es el cielo -
naturaleza es lo que oímos -
el bobolink – el mar -
el trueno – el grillo -
no – naturaleza es la armonía -
naturaleza es lo que sabemos -
no tenemos arte para decirlo -
tan impotente es nuestra sabiduría
para tanta simplicidad.


El viento –golpeó como un hombre cansado–
y como un huésped –«adelante»
respondí valientemente– entró
en mi habitación

un veloz –invitado sin pies
a quien ofrecer una silla
era tan imposible como ofrecer
al aire un sofá–

ningún hueso tenía para sostenerlo–
su diálogo era como el simultáneo alboroto
de numerosos pájaros
en una rama superior–

su continente –una oleada–
sus dedos, al pasar
dejaban oír una música –como tonadas
sopladas trémulas en un vidrio–

siguió su visita –aún revoloteando–
luego como hombre tímido
otra vez, golpeó –como una ráfaga
y yo me volví sola–.


La ventaja de la desesperación se logra
sufriendo – desesperación-
de estar asistido -por reveses-
uno tiene que haber conocido el revés-

el valor de sufrir como
el valor de la muerte,
se conoce probándolo-
no lo puede otra boca

de salvadores -volvednos conscientes-
como nosotros mismos hemos compartido-
la aflicción nos parece impalpable
hasta que a nosotros mismos nos hiere


Cualquiera que desencante
a un solo ser humano
por traición o por irreverencia
es culpable de todo.

Inocente como un pájaro-
gráfico como una estrella-
hasta una sugestión siniestra
que las cosas no son lo que son-