30 de diciembre de 2009

La palabra entre la niebla

Faro, Urbano Lugris

Quizás, sólo en el ejercicio de buscar logre explicarme mi camino
J.R. Ripoll, Hoy es niebla

Buscaba otros, pero en el estante de la librería mi dedo índice se detuvo en el lomo de aquel libro y tiró de él. Fue por su título: Hoy es niebla, José Ramón Ripoll (Colección Visor de poesía). Lo calo, leo algunos poemas y me detengo en la breve introducción que el propio autor hace a su poemario. Sólo por este escrito ya merece la pena la compra del libro:
Al traspasar el umbral de la poesía, siempre tengo la sensación de adentrarme en un espacio neblinoso, donde los nombres y los signos me rozan sin mostrarme la verdadera exactitud de sus formas. Poco a poco, me voy acostumbrando a la espesura de esa niebla flotante donde ni yo me reconozco. […]
En un cuento de la tradición oriental, Nasrudin –un sanchoquijotesco personaje- está rastreando el suelo debajo de un farol. Alguien que pasa junto a él, le pregunta:
“¿Qué haces, Nasrudin?”. Estoy buscando la llave de mi casa”, le responde. “Pero estás seguro de que se te cayó aquí?, insiste la voz. “No, la perdí allí dentro –dijo señalando su oscura habitación-, pero aquí hay más luz”.
A veces, la claridad no nos resuelve el problema, ni nos ayuda a despejar la incógnita. Presiento entonces que en aquel territorio donde abunda la bruma, esté la llave de mi nombre.

Cuando acabé de leer el texto, recordé otros muchos que reflexionan sobre la propia escritura y que expresan el deseo de encontrar la palabra precisa que revele esa vital emoción que late y palpita, que nos estalla por dentro. Pero justo, la noche anterior había leído en el cuaderno de Alfredo J. Ramos, La posada del sol de medianoche, un poema que habla de ese “sueño inapresable”. Me permito dejarlo aquí:

Brocal
Al fondo de ese sueño inapresable
que con tanta cordura diseccionas
hay algo que te inquieta,
una brizna de tu ser más profundo
que nunca llegarás a descubrir.
La miras desde lejos
como si contemplaras,
en el fondo del pozo de tu alma,
un cabrilleo fulgente,
una marea apenas perceptible
que no puedes nombrar con otro énfasis
que no sea el del filo de estos cristales rotos,
aunque sepas que así va a deshacerse
como un poco de niebla en la mañana.
Ya la das por perdida
mas la sientes
vecina de tus ojos y tus dedos
mientras mueves
las pesadas poleas del idioma
e intentas que por fin llegue al brocal
del poema
y al borde de tus labios
una palabra viva de agua fresca.

Alfredo J. Ramos, Ángel Capparelli, Armando Carabias, Belencicuta, Bloom, Caminante, Carmen Sabes, Clidice, Celestino Simón, David Valdés, Gilda Manso, Inés Soria , El Kafkiano, El Lagarto, Luis Sevilla, Manolotell, Marcelo Arancibia, Meiga Mego, Miradme al menos, Mirada de agua, Ollos de cores, Pedro Glup, Raindrop, Sandruka, Tempero, Tinta de aterrizaje, Ventana Indiscreta, Virgi, Ybris…
A todos vosotros que os adentráis en el territorio del silencio y que osáis transcribir un complejo y fascinante código de signos, os deseo la justa transparencia, ese espacio brumoso donde se atisban e insinúan las formas, donde reinan las sugerencias y las elipsis. Como Juan Ramón Ripoll, creo que es en el umbral de lo incierto, en el caminar a tientas y en ese ejercicio de incesante búsqueda y compás de espera, donde puede surgir la llama o una ráfaga de luz intensa, aunque fugaz, que permita iluminar la penumbra de nuestros cuartos interiores y el decir de nuestras pasiones y quimeras.

Y me aplico unos versos de Antonio Machado (donde pone “a Dios”, poned “la Palabra”)
Así voy yo, borracho melancólico
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla

Que as musas e os fados nos sexan propicios.

Destilade moitas e boas uvas e Feliz Ano!

Vai unha copa por todos vós

20 de diciembre de 2009

Cuento de navidad: Un bosque antiguo

Imagen de Ventana indiscreta

Aquel dormitorio se abría con su llegada, siempre por navidad. Era “El cuarto de Leo”, que permanecía cerrado el resto del año. Durante los días de su estancia en la casa, a mí se me permitía compartir el cuarto con ella. Yo dormía en la cama contigua.
Leo se levantaba muy temprano y sigilosamente abría las contraventanas. La luz fría y gris de diciembre se posaba en mis ojos y yo, con la voz aún empapada en sueño, la llamaba: tía… Sshshss, sigue durmiendo- respondía ella-, hoy no. Pero uno de aquellos días, me despertaban unas suaves palmadas en el hombro: “Vamos, vamos, arriba”. Entonces yo saltaba de la cama con rapidez e iba llamar a mis hermanos.
Arropada en chaqueta de tarazona y con botas de cazador, la tía iba delante con paso diligente. Mis hermanos y yo, tapados hasta las orejas y enfundados en abrigos de basta lana gris, la seguíamos rezagados hiriendo el frío con el aliento de leche caliente y pan frito. Las calles, en aquellas primeras horas, eran un desierto de luz blanca y nuestros pasos estrenaban la mañana arrebujada bajo el manto de la niebla. Sólo el blando pisar de un gato que saltaba de un tejadillo, el mugido perezoso de una vaca o el ladrido de un perro, quebraban el silencio que mecía el despertar del pueblo.
Atropellándonos con nuestras voces y nuestros pasos infantiles, iniciábamos la bajada por un estrecho y empinado camino. “Prudencia”, recomendaba la voz de la tía. Pero nosotros sólo nos deteníamos al llegar a una boca ancha de la que parecían brotar grandes bocados de niebla, el umbral del bosque. Recogido y quieto, el bosque se ofrecía como el reino del invierno. En él habitaba la tristeza y una íntima y secreta melancolía lo envolvía todo.
Caminábamos callados, sobrecogidos por el silencio. Bajo la niebla, trazos de carboncillo y pinceladas de ocres, verdes y pardos se iban perfilando. Y poco a poco se hacían perceptibles las voces del bosque. Un aleteo, un canto tímido, el crujido de una rama o el fluir del agua que anunciaba la proximidad del río. Era allí, junto a la orilla, cuando Leo sacaba del bolsillo de su chaqueta la navaja, y mientras ella hundía el filo en el jugoso terciopelo de los musgos, nosotros nos afanábamos en recoger piedras, hojas y cortezas que darían forma a montañas y tierras de un lejano pueblo.
En el camino de vuelta, Leo recordaba el bosque de su infancia. Con la llegada de la noche se poblaba de sonidos extraños y criaturas no terrenales que vagaban en la oscuridad. Eran las ánimas en pena o los aparecidos de la Santa Compaña que con luces temblorosas iluminaban el camino del más allá. En Nochebuena, contaba Leo, cruzábamos el bosque para ir a la Misa de Gallo, a la iglesia que estaba en la otra aldea. Cuando oíamos el tañido triste de las campanas y el aullido de los lobos hambrientos que bajaban de la montaña, cantábamos para espantar los miedos que nos entraban. Así, en cada recodo del camino, Leo traía a la memoria un bosque antiguo preñado de lunas y nieblas, de miedos y de misterio. Y mis hermanos y yo, en aquella armonía donde el mundo hostil parecía no existir, íbamos soñando y dibujando nuestra navidad.
Un año, perdido en el recuerdo, Leo no volvió. En mis sueños la veo adentrarse en el bosque y la llamo. Y ella prosigue su caminar mientras de sus pasos nacen jirones de niebla que la envuelven, hasta que una boca grande y blanca se la traga. Pero diciembre vuelve cada invierno y yo, en el cuarto de Leo, aguardo las mañanas de niebla para recuperar un bosque antiguo y el sueño de la navidad.

14 de diciembre de 2009

Poetas V / Aquí non hai silencio


Non, aquí non atoparán silencio. Aquí na taberna corre o viño e desátasen as bocas. Só un gato, maino e silandeiro, fica indiferente ao desaforado dicir dos mariñeiros e ao buligar constante do taberneiro. O gato é da casa; ten costume, e xa sabe.

Déixolles un poema ben enfiado de Bernardino Graña (Cangas, Pontevedra, 1932). (Ofrézolles tamén a tradución ao castelán).


O gato da tasca mariñeira

Aquí non hai silencio porque hai homes
falan os homes falan
aquí non pasa o vento esa fantasma
os homes falan falan
e fórmase outro vento outro rebumbio
unha fantasma feita deste fume
este fumar sen tino estas palabras
e pasa un suave gato que é da casa.

Beben viño coñac
berran discuten contan chistes mascan
un pouco de xamón tal vez chourizo
o gato ulisca cheira mira agarda
vai á cociña ven ao mostrador quixera
un anaquiño de boa carne un chisco
de tenrura algún queixo unha migalla.

Aquí non hai vagadas nin roncallos
non se ven os cabezos nin as praias
o taberneiro bole saúda cobra serve fala
cambea mil pesetas chama á muller a berros
e contesta ao teléfono ás chamadas
e os homes berran moito cheos de ira
e rin e danse a man e nada pasa.

O gato calandiño ergue as orellas
ten maino tan suavísimo sen gana
cruza por entre as pernas entre as botas
altas botas de caucho contra as augas co seu rabo
arrequichado e duro e tan en calma
e aquí non hai silencio que hai vinte homes
e están ben lonxe os mares que arrebatan.

Se acaso o gato mira os ollos do home
guicha en suspenso escoita en paz agacha
unha orelliña aguda e indiferente
lambe teimudo e calmo unha das patas
e se acaso durmiña e abre un ollo
e ve que os homes beben fuman discuten moito non se cansan
de ensaladilla callos mexilóns anchoas
e viño e viño e viño tinto e branco en tantas tazas
e esgarran cospen entran saen empuxan brindan cantan
e a radio está acendida e óese música
e o gato pasa indemne comprendendo ten costume son os homes
non se espanta.
Bernardino Graña, de Profecía do mar (1966)

El Gato de la tasca marinera

Aquí non hay silencio porque hay hombres
hablan los hombres hablan
aquí non pasa el viento ese fantasma
los hombres hablan hablan
y se forma otro viento otro rebumbio
un fantasma hecho de este humo
de este fumar sin tino estas palabras
y pasa un suave gato que es de casa.

Beben vino coñac
gritan discuten cuentan chistes mascan
un poco de jamón tal vez chorizo
el gato husmea huele mira espera
va a la cocina viene al mostrador quisiera
un cachito de buena carne una pizca
de ternura algo de queso una migaja.

Aquí no hay marejadas ni oleajes
no se ven los cabezos ni las playas
el tabernero bulle saluda cobra sirve habla
cambia mil pesetas llama a su mujer a gritos
y contesta al teléfono a las llamadas
y los hombres gritan mucho llenos de ira
y ríen y se dan la mano y nada pasa.

el gato callandito yergue las orejas
tan manso tan suavísimo sin ganas
cruza por entre las piernas entre las botas
altas botas de caucho contra el agua con su rabo
arqueado y duro y tan en calma
y aquí non hay silencio porque hay veinte hombres
y están bien lejos los mares que arrebatan.

Si acaso el gato mira los ojos del hombre
acecha en suspenso escucha en paz agacha
una orejita aguda e indiferente
lame tozudo y calmo una de las patas
y si acaso dormita y abre un ojo
y ve que los hombres beben fuman discuten mucho non se cansan
de ensaladilla callos mejillones anchoas
y vino y vino y vino tinto y blanco en tantas tazas
y gargajean escupen entran salen empujan brindan cantan
y la radio está encendida y se oye música
y el gato pasa indemne comprendiendo está acostumbrado son los hombres
no se espanta.
Bernardino Graña, de Profecía do mar (1966)


Pinturas de Mónica Ozámiz Fortis

3 de diciembre de 2009

El silencio



Port, Jacket Yerka

Tenéis que entender qué es el silencio,
cuál es el peso del silencio,
cuál es el poder del silencio.
Marcel Marceau

A metade de mim é o que eu grito
mas a outra metade é silêncio.
Oswaldo Montenegro


El silencio es arma de doble filo, una bestia en la sombra, un disparo en el alma, una zarpa, la cicuta. Una adelfa. Una flor blanca, una pluma, una mano tendida, el terciopelo de una caricia. Un universo trágico o poético. Una nada que está llena de un todo, el mundo de las emociones. Una pregunta, una respuesta, una pausa, una tregua, un paréntesis, unos puntos suspensivos…

El silencio es siempre poderoso y significativo.

Digno, prudente y sabio si sabe callar a tiempo.
Cobarde, necio y terrible cuando lo hace a destiempo.

El silencio siempre habla.
A veces calla porque sabe,
otras, porque no sabe,
o no tiene qué decir,
o no sabe cómo decir.

Bajo el silencio, se ocultan muchos miedos.

El silencio, metáfora ancha, amplio abanico con casi tantos calificativos como en el lenguaje existen. Tierno y cálido en la mirada de una madre y en el sueño de un niño, vital, abstraído y reflexivo para el creador, sorprendente y maravilloso en el gesto de un mimo, melancólico, distraído o ensimismado en los ojos del poeta, introspectivo y revelador para el asceta y el místico.

Doloroso el de la ausencia y el de la casa vacía, asfixiante el de la casa sin ventanas, punzante y afilado el del desamor, frío y desasistido el del vagabundo, el del anciano y el del enfermo en soledad impuesta. Desconcertante y sumiso el de unos ojos tras un chador, interrogante e intenso el de la mirada del hambre, conmovedor el de la pobreza.

El silencio no tiene límites.

Sobrecogedor el de un campo tras la batalla, el de los muertos y el de la misma muerte, cruel e impune el del torturador y el del asesino inconfeso, impasible y arbitrario el de la justicia injusta, inmutable y despótico el de la dura lex que no admite réplica. Obsceno y violento el del dictado de las dictaduras, el del dinero corrupto y el de los escaparates de lujo, solemne, pomposo y grandilocuente el del bajo palio, el de las grandes ceremonias, el de los vastos uniformes.

El silencio hace visible lo invisible.

Secreto y acogedor el de la tierra, el de la casa en la tarde, el de la luz en otoño, el del papel en blanco, el del papel escrito. Delicado el de la caída de las hojas, sutil el del agua y el de las sombras, mágico el del perfil de una nube, místico el de la montaña que toca el cielo, inaprensible el de la línea del horizonte, inquietante el de un paisaje de lava o el de un volcán extinguido. Sugestivo o turbador, laberíntico y candente, el del amor.

Silencio, bocas sin abrirse, refugio o exilio interior, amplio universo, lenguaje mudo que nos cava, que nos socava y que nos quema por dentro. Silencio: muerte y vida. Silencio, se rueda. Silencio se ruega. Silencio…


Un disco de silencio. A pesar de ser “Lo mejor de Marcel Marceau”, no es de él. Curioso el vinilo y su historia. Pinchen aquí si quieren conocerla