27 de febrero de 2009

Deconstruyendo una portada



1-Antes de abrir el libro, La universidad desconocida, observo con detenimiento la portada. La ilustración me parece una metáfora visual del título. Pienso en Borges, en los distintos universos del Aleph. Es esta una asociación evidentemente subjetiva, pero hago otra. Esa figura clara y desnuda en primer plano, bajando unas escaleras y rodeada de una amalgama de materiales fragmentados, me recuerda a otro cuadro. La sugerencia, pienso, es bastante obvia, y con curiosidad busco en las primeras páginas del libro el título del cuadro que ilustra la portada: Setenta y cinco años después: Nápoles, Larry Rivers, 1988.

2-Setenta y cinco años antes, en 1913, se organiza en Nueva York el Armory Show, una exposición que rompería con los arquetipos y normas establecidas hasta el momento en el campo de la creación artística. En ella se pretendía mostrar al público americano las tendencias más novedosas del arte europeo, la Avant- garde que se desenvolvía en el París de principios del XX. La mayoría de las obras presentadas provocaron el escándalo y el desconcierto entre un público miope acostumbrado al arte realista, y la muestra del Armory fue calificada por la prensa de la época de burla y parodia del arte y por los visitantes de inmoral y absurda: “¡Esto no es arte!”. La provocación y la pregunta en las mentes enclaustradas en una perspectiva acomodaticia y ortodoxa de la creación artística estaban conseguidas.
No es de extrañar la reacción en aquellas primeras décadas del XX, si tenemos en cuenta que la exposición reunía, entre otros, a tres irreverentes e iconoclastas creadores: Francis Picabia, Man Ray y Marcel Duchamp, el “trío calavera”, que fue precisamente allí, en el Armory, dónde se conocieron e iniciaron una amistad.
La obra triunfadora de aquella mítica exposición, por la polémica que desató, fue Desnudo bajando una escalera del heterodoxo Marcel Duchamp. Aquellos trazos fragmentados, que parecían sugerir movimiento, la descomposición de planos, las suaves ondulaciones, los colores que recordaban a la madera, provocaron en algunos artistas tanta fascinación como perplejidad y rechazo en la mayoría de los visitantes que la contemplaban. La mirada irritada de un público desconcertado y desorientado se preguntaba dónde estaba la escalera, dónde estaba el desnudo.

. Desnudo bajando una escalera, Marcel Duchamp

3-Pasado el tiempo, Duchamp diría que con aquella obra sólo pretendía mostrar “una representación estática del movimiento”, algo que años antes había intentado el fotógrafo Eadweard Muybridge (1830- 1951), cuyos experimentos fotográficos para captar con la cámara el movimiento, fueron base importante para la invención del cinematógrafo. Y aunque parece ser que Duchamp negó conocer la fotografía de Muybridge la asociación es bastante comprensible, ¿verdad?

Fotografía de Eadweard Muybridge

4-En el caso de Larry Rivers (Nueva York 1923-2002), queda clara la paráfrasis y el homenaje en el título elegido por el pintor para el cuadro, que hace referencia explicita a la fecha en la que Duchamp había presentado su “Desnudo” para el Armory Show. En cuanto a la imagen femenina, tanto el movimiento de la modelo como sus suaves redondeces, muestran que la fotografía de Muybridge es un claro precedente.

Y deconstruida la ilustración de la portada de La universidad desconocida, queda por hacer la deconstrucción del contenido de este libro. Un libro tan inclasificable como imprescindible para deconstruir y reconstruir el universo literario y entrever la vida del chileno Roberto Bolaño. Será en una próxima entrada.






22 de febrero de 2009

EL gesto de un poeta



Todo está en el “cómo”. Hay que reír alegremente,
hacer buenos versos, llevar una vida decente,
tener una muerte digna

(A. Machado)

A finales de noviembre de 1936, milicianos anarquistas cortaban la carretera Madrid-Valencia a la altura de un pueblo de Cuenca, Tarancón. Allí pensaban pasar la noche miembros del gobierno republicano y reconocidos intelectuales. Su destino era Valencia, ciudad que en aquel momento se ofrecía más segura que la sitiada capital. Entre aquellos intelectuales, se encontraba el poeta Antonio Machado a quien acompañaban su madre y su hermano José, el dibujante.

A la familia Machado se le ofreció un viejo pero cómodo caserón para pasar la noche. Es posible que en el silencio de aquella casa latiese todavía la presencia de quienes la habían habitado, que los enseres y los pequeños detalles rebelasen la historia del vivir cotidiano de sus moradores. Es posible también que a los oídos del poeta llegase por momentos el sobrecogedor sonido de las descargas de fusilamientos y que recordara el día que lo detuvieron por equivocación unos anarquistas en un café de la madrileña glorieta de Chamberí… Es posible, pero sólo son elucubraciones mías. Nunca sabré qué pensamientos o qué oscuro presentimiento llevaron al poeta a preguntar a quién pertenecía aquella casa:
A una familia a la que ese mismo día habían dado “el paseo”.

Imagino a Antonio Machado observando el cuarto que le habían destinado, una cama limpia, intacta, tal vez con una colcha blanca y las sábanas bordadas con unas iniciales. Y no me es difícil intuir su dolor solidario, un dolor que se muestra en su gesto de delicadeza y respeto: el poeta no tocó aquella cama, no la deshizo. Durmió en el suelo, sobre una alfombra.

Los últimos días
Después de permanecer en Valencia dos años y una breve estancia en Barcelona, el veintisiete de enero de 1939, el poeta, viejo, enfermo y cansado, cruza la frontera francesa con su familia camino del exilio. En un hotelito de Collioure, Bougnol Quintana, pasa sus últimos días. Allí escribe un prólogo para unos discursos de Azaña, y en un pedacito de papel, que guarda en el bolsillo de su abrigo, los últimos versos. Unos están dedicados a Guiomar: Y te diré mi canción: / se canta lo que se pierde, / con un papagayo verde/ que la diga en tu balcón. Los otros son unos alejandrinos, que a pesar de transmitir una profunda melancolía, parecen recuperar por un instante en la mirada del poeta la luz sureña de un paraíso perdido: Estos días azules y este sol de la infancia.
El veintidós de febrero de 1939, un miércoles de ceniza -hace hoy setenta años-, muere Antonio Machado sin saber que la guerra ha terminado. Dos días después, entierran a su madre en el mismo cementerio, en Collioure.

Quizás, después de todo, nunca aprendimos a hacer la guerra. Además carecíamos de armamento. Pero no hay que juzgar a los españoles demasiado duramente. Esto es el final; cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado.

Antonio Machado


17 de febrero de 2009

Vulnerabilidad



Coitelos
A vida prepara con dedicación artesanal
os seus coitelos máis finos e máis tristes
para que un día unha folla azarosa toque con feitizos
a parte da pel en que máis confiamos (1)
Cuchillos
La vida prepara con esmero artesanal
sus cuchillos más finos y más tristes
para que un día una hoja azarosa toque con hechizos
la parte de la piel en que más confiamos.


A Ubaldo Piñeiro le llamaban El pistolas. Cerraba su mano derecha y con el índice, como el cañón de una recortada, disparaba la bala de su mirada apuntando con precisión a la diana de nuestros ojos. Cuando permanecía inmóvil, las piernas separadas apuntalando el suelo bajo sus pies, la trayectoria de la recortada dibujaba un semicírculo, y el índice disparador percutía con la misma rapidez que un revólver de acción doble: tú-tú-tú-tú. Pero había veces que avanzaba entre las filas del aula, y en cada paso había un silencio, el tiempo de amartillar un revólver. Entonces el dedo índice iba trazando una perpendicular o una diagonal, y los disparos eran pausados y más certeros. El pronombre sonaba como un golpe seco, rotundo, sobre cada uno de los que señalaba: TÚ--TÚ--TÚ… Después, sin reparar en la condición de cada cual, enumeraba varios sustantivos que en aquel contexto se convertían en calificativos: Tú, mujer; Tú, gitano; Tú, inmigrante; Tú, varón; Tú, poeta… ¡Qué hijo de la grandísima cabra divina era El pistolas!... Sus balas atacaban siempre por el flanco más débil… “Injusto, decía, les parece injusto, ¿verdad?”, y él mismo se respondía: “Síiii, claro, claro que es injusto”. Luego , con paso lento, se subía a la tarima, y en un plano de picado sobre nuestras cabezas, dejaba caer la sentencia: “Pero recuerden, mientras las cosas no cambien, la vulnerabilidad es algo que hay que aprender”. Y ya sin apuntar con su índice disparador, la mirada severa planeando todavía sobre la clase, el silencio se hacía más tenso y se contenía la respiración, hasta que una sonrisa benévola se dibujaba en los labios del profesor Piñeiro.
Desde entonces, la sombra alargada de aquella palabra -Vul-ne-ra-bi-li-dad-, se proyecta sobre algunos de nosotros, un chaleco antibalas que ayuda a proteger nuestra condición, nuestra singularidad, nuestra diferencia… nuestras fragilidades. Pero a veces nos lo quitamos o simplemente se nos olvida en el perchero de la salida o de la entrada de la casa. Y fue en uno de esos días, cuando a Ubaldo Piñeiro una bala le alcanzó una parte vital. No lo mató, pero dejó tierra quemada. Y eso que él bien que lo sabía.
***

(1) La cita que encabeza este texto es de Xosé Mª Álvarez Cáccamo (Vigo 1950) y pertenece al libro Cimo das idades tristes ( 1988). De estética decadente y tan amargo como bello, constituye uno de los mejores poemarios publicados en lengua gallega en la década de los 80. Os dejo la versión original y la traducción de tres poemas:

As tres figuras da soidade
Tres son as figuras da soidade que acompañan
as horas dun home desde as primeiras pétalas de luz
até a estación de cinza onde non cabe
ningunha modalidade de harmonía.

A primeira ten volume de casa sen xanelas e non entran
os brinquedos do riso nen as caricias que se usan para
preguntar: Cómo estás meu amor. Logo a segunda
nace no vento das alcobas, onde se cruzan
dous idiomas opacos. Sen espello, as palabras
persiguen a altura das aves pero nunca chegan
e deben regresar á boca que as libera.
A terceira figura da soidade circula en espiral arredor
dunha sombra
e vai con ela polas cidades e toca con ela nas coroas fráxiles
e nos ángulos esquivos dos corpos transitorios
encontrados nun azar de brillos excitantes.

As tres formas de soidade son todos os amores
que un home pode usar ate o día da morte.

Las tres figuras de la soledad
Tres son las figuras de la soledad que acompañan
las horas de un hombre desde los primeros pétalos de luz
hasta la estación de la ceniza donde no existe
ninguna modalidad de armonía.

La primera tiene volumen de casa sin ventanas y no entran
los juegos de la risa ni las caricias que se usan para
preguntar: Cómo estas amor mío. Entonces la segunda
nace en el viento de las alcobas, donde se cruzan
dos idiomas opacos. Sin espejo, las palabras
persiguen la altura de las aves pero nunca llegan
y deben regresar a la boca que las libera.
La tercera figura de la soledad circula en espiral alrededor
de una sombra
y va con ella por las ciudades y toca en las coronas más frágiles
y en los ángulos más esquivos de los cuerpos transitorios
encontrados en un azar de brillos excitantes.

Las tres formas de soledad son todos los amores
que un hombre puede usar hasta el día de la muerte.

Coitelos
A vida prepara con dedicación artesanal
os seus coitelos máis finos e máis tristes
para que algún día unha folla azarosa toque con feitizos
na parte da pel en que máis confiamos. E trae
as navallas precisas, armas
que apenas mostran a ferida aberta, o río de excesivo
desprendimento e pranto.
Parecen os coitelos, que son palabras amistosas
e ás veces son caricias,
instrumentos fermosos para acompañar a solemne
festividade da mesa. Ninguén pensa
que, logo da alegría e dos felices
pratos que nos foron servidos e tamén
daquel fluír de rostros que se falan
con moito amor despois do viño,
os coitelos pudesen abrir follas dentadas,
florir rosas de óxido, brillar
con violenta intención.
Pero hai un día
en que todas as navallas e coitelos que foran simplemente
avisos
para a prudencia
medran ata facerse ferros dun terror que sabe matar.
A vida leva moitos anos preparando armas delicadas
e todas as feridas milimétricas,
os cortes paralelos de lenta miniatura,
non foron máis que agoiros dunha crecida de sangue
que nos fará homes moi tristes e moi pacíficos para sempre.

Cuchillos

La vida prepara con esmero artesanal
sus cuchillos más finos y tristes
para que algún día una hoja azarosa toque con hechizosl
a zona de la piel en que más confiamos. Y trae
las navajas precisas, armas
que apenas muestran la herida abierta, el río de excesivo
desprendimiento y llanto.
Parecen los cuchillos, que son palabras amistosas
y a veces son caricias,
instrumentos hermosos para acompañar la solemne
festividad de la mesa. Nadie piensa
que, luego de la alegría y de los felices
platos que nos fueron servidos y también
de aquel fluir de rostros que se hablan
con mucho amor después del vino,
los cuchillos pudiesen abrir hojas dentadas,
florecer rosas de óxido, brillar
con violenta intención. Pero hay un día
en que todas las navajas y cuchillos que fueron simplemente
avisos
para la prudencia
crecen para convertirse en hierros de un terror que sabe matar.
La vida lleva muchos años preparando armas delicadas
y todas las heridas milimétricas,
los cortes paralelos de lenta miniatura,
no fueron más que augurios de una crecida de sangre
que nos hará hombres muy tristes y muy pacíficos para siempre.

Dous consellos
Hai paixóns mortais que se aparecen
con ollos candorosos, con inxenua
proposta cuase transparente. Non
cedas a ese engado, non te creas
cobarde por negarte
ás promesas felices. Talvez logo
deberás aceptar os dons dun sufrimento
inútil nesta altura do teu ser.
Isto aconsello.
Pero tamén che digo: Escoita
o ruido breve desas paixóns que nacen
arredor do teu día silencioso, abre
os ollos ás miraxes transparentes. Entra
con todo o teu poder en terra fértil
de promesas, vive
entregada ás últimas vontades de pracer
que un brevísimo outono che reserva.

Dos consejos

Hay pasiones mortales que se aparecen
con ojos candorosos, con ingenua
propuesta casi transparente. No
cedas a ese hechizo, no te creas
cobarde por negarte
a las promesas felices. Tal vez luego
deberás aceptar los dones de un sufrimiento
inútil en esta altura de tu ser.
Esto aconsejo.
Pero también te digo: Escucha
el ruido breve de esas pasiones que nacen
alrededor de tu día silencioso, abre
los ojos a las miradas transparentes. Entra
con todo tu poder en tierra fértil
de promesas, vive
entregada a las últimas voluntades del placer
que un brevísimo otoño te reserva.

12 de febrero de 2009

Cartas



La primera carta decía: “Gracias a sus poemas ya no estoy sola ¡Cuánto he pensado en usted!” A esta primera carta se sucedieron otras muchas que durante meses cruzaron el Atlántico. Fue una larga y grata correspondencia entre Juan Ramón Jiménez, durante su estancia en un sanatorio de las afueras de Madrid, y una desconocida admiradora que le escribía desde el Perú. Cuando el poeta abandonó el sanatorio confesó que aquellas cartas, firmadas por Georgina Hübner, le habían ayudado a recuperar la salud y la alegría. (1)

María Casimira, una mujer de ochenta y seis años, fue “Madrina de guerra”. Las “Madrinas de guerra” escribían a jóvenes soldados que estaban en el frente durante la guerra del 36. María no conocía a Severiano ni a Julio, pero sus cartas eran trincheras para el corazón y parapetos contra el miedo; ayudaban a espantar las sombras de la soledad y de la muerte. Nunca llegó a conocer a Severiano, pero compartió con Julio cincuenta y tres años de su vida.

En mis tiempos de instituto, durante varios años, me escribí con Antoine, un chico francés. Cartas, postales, recortes de revistas, letras de canciones… enriquecían mi mundo y despertaban curiosidad por un país que años más tarde conocí. Recuerdo el cosquilleo en el estómago cuando en el buzón de casa aparecían aquellos sobres livianos, festoneados en los bordes de azul y rojo y con matasellos de avión. Todavía conservo una fotografía, tamaño carné, de un Antoine adolescente con pelo largo, suéter de cuello vuelto y un colgante alrededor del cuello.

Tres épocas, tres personas, tres motivos diferentes, pero en cualquier caso, todas esas cartas generaban buenas vibraciones, despertaban emociones y sentimientos positivos o compartían aficiones y enriquecían. Eran palabras silenciosas que iba tejiendo una urdimbre de afectos y empatía por el desconocido que poco a poco dejaba de ser un extraño y se instalaba en uno de nuestros cuartitos interiores.

Me digo, cuánto y qué poco han cambiado los tiempos. Georgina, María Casimira, Antoine… eran los amigos virtuales de entonces. Y es que de las pocas cosas que no destruye el paso del tiempo son los humanos sentimientos y el poder de las palabras viajeras. Si acaso lo que cambia es el soporte, el medio y el canal por el que transitan.
***

(1)Nota de la autora: no les cuento el final de la historia entre Georgina y el poeta de Moguer. Lo hace muy bien el uruguayo Eduardo Galeano ( Montevideo 1940) en Bocas del tiempo, una colección de pequeñas historias que tienen una trama común: el viaje de la vida. Os dejo tres para hacer boca.


Las trampas del tiempo
Sentada de cuclillas en la cama, ella lo miró largamente, le recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies, como estudiándole las pecas y los poros, y dijo:
-Lo único que te cambiaría es el domicilio.
Y desde entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se divertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y cocinaban inventando y dormían anudados.
Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como era. Como era cualquiera de las que ella era, cada una con su propia gracia y poderío, porque esa mujer tenía la asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.
Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere devolverle nada más que ese cuerpo helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que fue.

El tiempo
Somos hijos de los días:
-¿Qué es una persona en el camino?
-Tiempo.
Los mayas, antiguos maestros de esos misterios, no han olvidado que hemos sido fundados por el tiempo y estamos hechos de tiempo, que de muerte en muerte nace.
Y saben que el tiempo reina y se burla del dinero que quiere comprarlo,
de las cirugías que quieren borrarlo,
de las píldoras que quieren callarlo
y de las máquinas que quieren medirlo.
Pero cuando los indígenas de Chiapas, que se habían alzado en armas, iniciaron las conversaciones de paz, uno de los funcionarios del gobierno mexicano puso los puntos sobre las íes. Señalándose la muñeca, y señalando las muñecas de los indios, sentenció:
-Nosotros usamos relojes japoneses y ustedes también usan relojes japoneses. Para nosotros son las nueve de la mañana y para ustedes también son las nueve de la mañana. Ya déjense de fastidiar con esta cosa del tiempo.

La partida
Esta mujer se marcha al norte. Sabe que puede morir de ahogo en la travesía del río, y de bala, sed o serpiente en la travesía del desierto.
Dice adiós a sus hijos, queriendo decirles hasta luego.
Y ya yéndose a Oxaca, se arrodilla ante la Virgen de Guadalupe, en un altarcito de paso, y le ruega el milagro:
-No te pido que me des. Te pido que me pongas donde hay.







7 de febrero de 2009

Y Ellos También


Si en la entrada anterior, los poemas tenían un elemento común -el erotismo-, en esta selección no existe ninguno. Es caprichosa y aleatoria en cuanto a temas y estéticas (desde la cultista y refinada de Luis Alberto de Cuenca hasta la sencilla poesía de la experiencia de Javier Salvago) pero los textos no fueron elegidos como la palabra “Dadá”.
Del año malo de Gil de Biedma es un poema bello, plástico y sinestésico, y no sé por qué evoca en mí la imagen de La cerillera, ese cuento navideño tan triste de Andersen. La poética de la sorpresa es la “bestia octópoda” en Los alimentos corporales, un poema de Carlos Marzal donde las imágenes y metáforas son muy poderosas. Javier Salvago me descubre las cartas En el tapete verde de la vida y Jesús Munárriz me recuerda que, aunque Callar es más prudente, bajo el silencio se esconden muchos cobardes. Al dandy y repeinado Luis Alberto de Cuenca le doy las gracias por su metaliterario poema y por descubrirme a Monelle y a sus hermanas, y al bon vivant de José María Álvarez porque tan cierto es que “fumar perjudica la salud” como su Elogio del tabaco.
Sólo son algunos versos, pero cualquiera de estos poetas merecen ser leídos con más atención. Al final os dejo la referencia de poemarios y de un par de antologías donde podéis encontrar a estos y otros poetas españoles tan buenos o más (Francisco Bejarano, Pere Gimferrer, Sánchez Rosilllo, Ana Rosetti, Luis Antonio de Villena, Felipe Benitez Reyes…)
Jaime Gil de Biedma (Barcelona 1929-1990)
Del año malo
Diciembre es esta imagen
de la lluvia cayendo con rumor de tren,
con un olor difuso a carbonilla y campo.
Diciembre es un jardín, es una plaza
hundida en la ciudad,al final de una noche,
y la visión en fuga de unos soportales.
Y los ojos inmensos
—tizones agrandados—
en la cara morena de una cría
temblando igual que un gorrión mojado.
En la mano sostiene unos zapatos rojos,
elegantes, flamantes como un pájaro exótico.
El cielo es negro y grisy rosa en sus extremos,
la luz de las farolas un resto amarillento.
Bajo un golpe de lluvia, llorando, yo atravieso,
innoble como un trapo, mojado hasta los cuernos.
Poemas póstumos 1968
***

Carlos Marzal (Valencia 1961)
Los alimentos corporales
Llamar amor a lo que tú y yo hacemos
es cometer una sensiblería
indigna de nosotros, que aún somos amantes.
Eso es mejor que lo hagan los demás,
aquellos que precisan aguar un vino fuerte.
Lo nuestro es un fenómeno distinto,
sin ningún circunloquio, sin grumos literarios.
Se manifiesta en el arrasamiento
recíproco. Consiste en una prospección
para obtener placer y para darlo,
un hurto generoso que se ofrece egoísta.
Es un duro trabajo en las calderas
de nuestra intimidad, un primitivo
cerco en torno al castillo de la vida.
La carne se alimenta de la carne,
de su mutuo veneno jubiloso.
Lo que hacemos tú y yo no es el amor.
A no ser que se entienda por ello un sacrificio
donde nos ofrecemos a los dioses suicidas
que habitan en el pozo de nuestra propia sangre.
Para nombrarlo habría que incurrir
en palabras que algunos consideran obscenas,
aunque la obscenidad tampoco lo define,
porque no pretendemos aleccionar a nadie
ni sobre el impudor, ni sobre la virtud.
Lo que mejor explica, sin agotarla nunca,
la bárbara pureza del deseo recíproco
es una cacería de animales
y el hartazgo feliz en que se sacian,
con los ojos cerrados contra el tiempo,
en el avaro éxtasis de su feroz banquete.
Para la bestia octópoda que engendramos tú y yo,
son una estupidez los términos pacíficos,
un triste deshonor en la batalla.
No hacemos el amor, desvalijamos
con codicia nocturna en la casa del cuerpo.
Metales pesados, 2001
***
Javier Salvago (Sevilla 1950)

Sobre el tapete verde de la vida
Nos pasamos la vida de farol,
temiendo que nos cojan y descubran
que no llevamos juego
que no sabemos nada
de nada...
Nos pasamos
la vida calibrándonos, cubriéndonos,
con la guardia bien alta.
Todos fingiendo y todos con las mismas
o parecidas malas cartas.
Los mejores años, 1991
***
Jesús Munárriz (San Sebastián 1940)

Callar es más prudente,
más seguro, más cómodo, más práctico,
callar es más astuto,
más rentable,
más útil,
callar no da problemas,
callar evita líos,
callar trae más cuenta,
callar impide que se cuelen moscas
en la boca, callar es propio de sabios,
se está muy bien callado.

Porque el que calla
otorga
licencia, impunidad,
perdón, facilidades,
y patente de corso,
y por la boca muere el pez y siempre
se ha de sentir lo que se dice y nunca
decir lo que se siente
si se quiere triunfar en sociedad
y recibir migajas
del gran pastel
del mundo.
***

Luis Alberto de Cuenca ( Madrid, 1950)

El libro de Monelle
Se llama Marcel Schwob. Tiene veintitrés años.
Su vida ha sido plana hasta el día de hoy.
Pero el relieve acecha en forma de una puta
a la que lo conduce, una noche, el azar.
Se llama Louise. Es frágil, menuda y enfermiza,
silenciosa y abyecta. Casi no se la ve.
Sólo hay terror y angustia en los inmensos ojos
que le invaden la cara, dignos de Lillian Gish.
En sus brazos Marcel olvida que mañana
citó en la biblioteca a su amigo Villon.
Se olvida hasta de Stevenson, su escritor favorito,
de Shakespeare, de Moll Flanders y del Bien y del Mal.
Qué tres soberbios años de amor irresistible
aguardan al judío en la paz del burdel.
El cielo de París aún retiene sus vanas
promesas y las tiernas caricias de Louise.
Pero lo bueno acaba. Ella muere de tisis
y Marcel languidece, privado de su sol.
«No queda más remedio que volver a los libros»,
se dice, y da a las prensas El libro de Monelle.
***
José María Álvarez (Cartagena, 1942)
Elogio al tabaco
Pocos placeres bajo los cielos misteriosos
más elevados y serenos
que tú, tabaco. Siempre
aumentando la dicha, en la fortuna,
o consolando el infortunio,
con la misma elegancia
con que silenciosamente envuelves
el sueño de la lectura o de la música,
los secretos ritmos de la meditación
o el agradable conversar.
Tantos momentos perdurables van unidos
a ti, tantas horas
que tú acompañas y mejoras.
Enigma portentoso
del humo, al que nos entregamos
como a la sabiduría o la suerte
que tampoco nunca entenderemos.
Noble compañero de la inteligencia,
De la alegría de vivir, del
amor, y de ese otro
favor, el vino
que alegra el corazón y la mirada.
Nunca nos faltes.

Bibliografía

Treinta años de poesía española (1965-1995), José luís García Martín, Edit. Renacimiento –La Veleta

El hacha y la rosa ( Tres decadas de poesía española), José Pérez Olivares, Edit. Renacimiento

Poesía española reciente (1980-2000), Juan Cano Ballesta, Edit. Cátedra.

(Las dos primeras hacen una selección de poetas muy similar. Las tres cuentan con notas introductorias a los autores y un prólogo que ofrece buena información y estudio sobre las tendencias de la poesía española de los últimos cincuenta años).

Metales pesados, Carlos Marzal, Edit. Tusquets

Las personas del verbo, (poesía completa) Jaime Gil de Biedma, Galaxia Gutemberg, Círculo de lectores

3 de febrero de 2009

Ellas me gustan


No son los mejores versos ni tampoco los más representativos de su trayectoria poética. Sí son algunos con los que mi subjetivo ojo se sorprendió. Ellas hablan o imaginan de ellas, pero también hablan de mí y para mí, y yo escucho y diálogo e imagino con ellas. Son poetas contemporáneas, aunque de desiguales edades, con miradas distintas, con estilos y estéticas diferentes. Pero en todas asoma una chispa vital, una certera lucidez, un pedazo de deseo o un libre y singular erotismo.

Desde la sensual exuberancia de Ana Rosetti, la espontaneidad y el delicioso descaro de Almudena Guzmán, la atrevida modernidad y desinhibición de Carilda Oliver, la canalla audacia y la descarnada melancolía en Lucía Fraga, la certera afirmación de Gioconda Belli, la sutileza de María Teresa Horta y el primigenio erotismo, unido a la fuerza de la tierra madre, de Olga novo: Ellas, me gustan.

Os invito a que elijáis o comentéis aquel o aquellos que más os gustan. (De la gallega Olga Novo y la lisboeta María Teresa Horta, os ofrezco la versión original y la traducción).

Ana Rosetti (Cádiz, 1950)

Chico Wrangler
Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se separan.
Se separan.
Indicios vehementes, 1985
***
Almudena Guzmán (Madrid, 1964)

Qué hago yo aquí medio borracha
escuchando a este cretino
que sólo sabe hablarme de la mili,
mientras me tapa baboso la calle y la vida
con su espalda.
Y encima estoy sin tabaco.
(Menos mal que desconecto en seguida
pensando en ese géiser de besos
que le provocaré a usted, sin duda,
cuando su camisa se digne o se resigne
a dejarse desabrochar por mi mano.)


Usted se inmiscuye en mi bufanda
desde una áurea blanquísima que me reverbera los labios.
No me muevo,
no fumo -quizá a su silencio le moleste esa arruga en la nieve-;
y sólo cuando marcha me doy cuenta
de que he estado aguantándome el pis todo el rato.
Usted, 1986
***

Carilda Oliver Labra (Matanzas, Cuba 1924)
Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.
El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillito en las articulaciones.

Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.

Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo lasser me traspasa.

Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.
Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.
***

Gioconda Belli (Managua, Nicaragua, 1948)

Nueva tesis feminista
¿Cómo decirte
hombre
que te necesito?
No puedo cantar a la liberación femenina
si no te canto
y te invito a descubrir liberaciones conmigo.
No me gusta la gente que se engaña
diciendo que el amor no es necesario
-"témeles, yo le tiemblo"
Hay tanto nuevo que aprender,
hermosos cavernícolas que rescatar,
nuevas maneras de amar que aún no hemos inventado.
A nombre propio declaro
que me gusta saberme mujer
frente a un hombre que se sabe hombre,
que sé de ciencia cierta
que el amor
es mejor que las multi-vitaminas,
que la pareja humana
es el principio inevitable de la vida,
que por eso no quiero jamás liberarme del hombre;
lo amo
con todas sus debilidades
y me gusta compartir con su terquedad
todo este ancho mundo
donde ambos nos somos imprescindibles.
No quiero que me acusen de mujer tradicional
pero pueden acusarme
tantas como cuantas veces quieran
de mujer
***
Lucía Fraga (A Coruña, 1978)

¿Te apetece subir?
Soy lo suficientemente ingenua como para creer
que las camas son para dormir,
pero también lo bastante zorra como par saber
que no tienes sueño

La noche de mi cuerpo
Veo el rostro de mi madre llorando
reflejado en el suelo.
Me he asomado a la ventana
y me he vuelto lluvia que cae sobre la ciudad insomne.
De noche pierdo por completo la noción de mi cuerpo y,
poco a poco,
me incorporo a este paraíso de los idiotas.
La calle tiene un extraño color de gato nocturno
que casi no me deja reconocer mis manos
mezcladas con la niebla.
Estiro los brazos por encima de los laberintos de hormigón
con el mismo vuelo que alzan los días sobre los recuerdos.
El tiempo se despereza en esta noche
que es la noche de mi cuerpo sobre la tierra mojada.
Las aguas dormidas recorren los caminos de plata,
caen a raudales,
inundando ciudades que sueñan.
Paseo dentro de una bola de cristal
que guarda la nieve del invierno olvidado
y pongo nombre a las estancias durmientes
sobre las que pasaré.
Ya no tendré frío nunca más,
aunque la nieve cubra mi cuerpo,
porque vendrá el día cuando mi carne lo pida.
Nostalgia del acero, 2006
***
María Teresa Horta (Lisboa, 1937)

Segredo
Não contes do meu
vestido
Que tiro pela cabeça

Nem que corro
os cortinados
Para uma sombra mais espessa

Deixa que feche o
Anel
Em redor do teu pescoço
Com as minhas longas
Pernas
E a sombra do meu poço

Não contes do meu
Novelo
Nem da roca de fiar

Nem o que faço
Com eles
A fim de te ouvir gritar

Secreto
No hables de mi
Vestido
Que quito por la cabeza

Ni que corro
Las cortinas
Para una sombra más densa

Deja que cierre el
Anilllo
Alrededor de tu cuello
Con estas mis largas
Piernas
Y la sombra de mi pozo

No cuentes de mi
Madeja
Ni de la roca de hilar

Ni lo que hago con ellos
A fin de oírte gritar
***

Olga Novo (Lugo, 1975)

Os líquidos íntimos
Coa miña pel podes facer enxertos nas mazairas.
Algunhas conservan estirados os nomes que gravei a navalladas
tódalas tardes ó volver da escola.
Acostumada a tirar por un poema como por un becerro cando se lle ven as patas,
cando xa non se está en idade de medrar
toda maduración require un desgarro de tendóns
entón é cando corren polo meu peito rabaños de cabras
que non se dirixen a ningunha parte,
sóbenme ás paredes desde as que te vexo,
arrancan coa lingua o pasto mentres te vas.
O tacto dos teus violíns faime chorar terriblemente.
E case non podo soportar que as túas mans me acariñen
como a la dos xerseis que me facía a miña nai cando era nena.
Pero coa miña pel
coa miña pel podes facer enxertos nas mazairas.

Los líquidos íntimos
Con mi piel puedes hacer injertos en los manzanos.

Algunos conservan estirados los nombres que yo grabé a navajazos
todas las tardes al volver de la escuela.

Acostumbrada a tirar por un poema como por un ternero cuando se le ven las patas,
cuando ya no se está en la edad de crecer
toda maduración requiere un desgarro de tendones
entonces es cuando corren por mi pecho rebaños de cabras
que no se dirigen a ninguna parte,
me suben a las paredes desde las que te veo,
arrancan con la lengua el pasto mientras te vas.

El tacto de tus violines me hace llorar terriblemente.

Y casi no puedo soportar que tus manos me acaricien
como la lana de los jerseis que me hacia mi madre cuando era niña.

Pero con mi piel
con mi piel puedes hacer injertos en los manzanos.

Nós nus (Nosotros desnudos), 1997