22 de enero de 2011

Naderías y Despueses



Escaleras, J. Yerka


Paradojos
La muerte no existe para los muertos
Sólo vive en los ojos de los vivos
Como la belleza, la muerte sólo está
en el ojo de quién la contempla.

Asalto
Se despertó cuando le golpearon las mejillas.
El dinero, danos el dinero.
No tengo nada más que lo que veis.
El dinero, danos el dinero, o te mataremos.
No tengo nada más que lo que veis.
Y le robaron la Vida
para llevarse de ella sólo la Muerte,
en los ojos.

Naderías y despueses
Nada es después de la muerte.
Nada es después de la vida.
Después de la muerte es después de la vida.
Nada.
¿Nada?
Las estrellas también mueren.
Y los extremos se tocan.

Vocativo reflexivo
Uno puede Amarse Abrazarse Pensarse
Vivirse Masturbarse…Quitarse de en medio.
Pero no puede Morir-se. Morir sólo es infinitivo,
tiempo muerto, y Morirse un verbo no reflexivo.
Uno se muere viviendo, o muere, sin se, o se nos muere sin mas
ni más, y no puede decir (me) he muerto o estoy muerto.
La muerte propia, nuestra muerte, nos es ajena. Nos morimos
en los ojos de los otros. Y a ti, amor, no quiero
que te mueran mis ojos.
***
Adagio, Eleni Karaindrou

11 de enero de 2011

Norberto Nucagorda y CIA


En efecto, al entrar en la ciudad -[La Ciudad de la Cultura]- lo primero que se enseña es una sala con una enorme pantalla digital en la que Eisenman habla sin parar en inglés de su obra […] Allí se explica que Eisenman, un teórico, sostiene que sus edificios no deben servir para nada, son contenedores y, por eso, las personas que los utilicen deben estar a disgusto, deben adaptarse a la forma pura del edificio.
(Contemplando a Eisenman, J. C. Bermejo Carrera)

Nada tan placentero como abandonarse al hechizo de una ciudad donde las piedras hablan. Pasear sus calles medievales, admirar su catedral y contemplar o baile da lúa en la Praza da Quintana, tomar los vinos por las viejas rúas, saborear un café en el íntimo jardin del Costavella, disfrutar de la música en la Casa das Crechas o en la Sala Nasa, entrar en los museos y pequeñas salas de exposiciones, caminar bajo la lluvia miudiña por el Parque de San Domingos de Bonaval... Nada como el deambular gozoso por Santiago de Compostela, nada como vivir la ciudad, una ciudad que lo integra todo, arte, historia, parques, tiendas, teatros, cafés… Por eso nunca fui partidaria del pretencioso mausoleo, Cidade da Cultura, que un presidente megalómano quiso regalarnos para la posteridad. La noticia de su inauguración se recogía discretamente ayer en la prensa gallega. De lo leído, llama mi atención el artículo en La Voz de Galicia Contemplando a Eisenman, de José Carlos Bermejo Barrera, una reflexión sobre la petulante filosofía de un arquitecto y el papanatismo de ciertos políticos (pinchen en el enlace si quieren leerlo). Les diré que se me puso cara de pánfila ante las desconcertantes teorías vertidas por el reconocido y polémico arquitecto. Me pregunté si acaso creatividad e imaginación están reñidas con humanismo y sentido común, si las macroconstrucciones de alto diseño son para presumir y mostrar a la plebe la grandeza de endiosados creadores y altivos mandatarios, y sobre todo me pregunto quién resarce a los ciudadanos de su dinero, los 400 millones de euros invertidos en una Ciudad de la Cultura integrada por edificios que no han sido pensados para el disfrute de las personas, porque estas “deben estar a disgusto y adaptarse a la forma pura del edificio” (Eisenman dixit). Es triste pensar que no existe diferencia entre la codicia especulativa de analfabetos constructores que cementan verticalmente costas y villas -porque a una “ciudad importante se la reconoce por la altura de sus edificios”- y la egolatría de un arquitecto despota ilustrado, aunque más responsables son los necios gobernantes que permiten atropellos con sus obtusas políticas o inadmisibles dispendios por sus sueños de grandeza. Se me ocurre que para curar la soberbia y vanidad de ciertos personajes tendrían que erigirse en monumentos de sí mismos, como el rinoceronte del cuento de Michael Ende, Norberto Nucagorda, que, cansado de mantenerse sobre un pedestal y harto de hambre y frío, consigue escurrir su cuerpecillo de la coraza que lo recubre, y cuando contempla el imponente cascarón que le había pertenecido huye despavorido.

3 de enero de 2011

Las Hembras del Cimarrón

Medias rojas, Miguel G. Díaz

Todos mis caminos están marcados, tengo que dar un golpe de timón, matar esta vida para vivir otra: con esta declaración de intenciones se inicia la novela Las Hembras del cimarrón. El protagonista, desencantado de un matrimonio sin amor y aburrido de una vida convencional, opta por huir de lo que percibe como un fracaso existencial e inicia un errático viaje en búsqueda de prometedores naufragios que lo llevarán de amante en amante. Libre de compromisos y normas sociales, se convierte en un cimarrón, animal huido, solitario y salvaje, sin código, ni tribu, ni proyecto. A partir de aquí, el lector asume que no hay límites en el contar de estas heterodoxas memorias, diecisiete narraciones "pornoeróticas" vinculadas por la voz de su protagonista y autor – narrador, Marco Lúbrico.

El protagonista se entrega al disfrute de placeres puntuales —follar, beber, comer—, y en un afán liberador de deconstruir lo que le anula como individuo, conculcará todos los valores morales y códigos sociales establecidos. Incluso, desde una óptica misógina y machista, desgrana prejuicios y tópicas construcciones sociales sobre lo femenino, lo que no deja de ser una provocación a las tesis feministas y una transgresión más de lo que hoy entendemos por pensamiento correcto. Conviene saber que estamos ante la mirada asumida de un cínico, actitud que le permite contar sin ningún tipo de pudor y desvelar perversiones y ocultos deseos del ser humano: «Dad una mascara al hombre y os dirá la verdad» (O. Wilde).
El lector se deja llevar por el atractivo contar de lo prohibido y por el etéreo vivir de un seductor seducido a su vez por mujeres que se muestran libres para elegir al hombre, de puertas abiertas al placer y dueñas de su cuerpo, a pesar de arrastrar —según la paradójica mirada de Marco Lúbrico— el peso de los valores más rancios y conservadores. El encanto de las narraciones reside precisamente en un oscuro placer de situarse al límite, en la levedad de las historias amorosas, en el rápido fluir narrativo y en un lenguaje directo que alterna diferentes registros con un tono lúdico y canalla que despierta el morbo y sacude en ocasiones la libido del lector.
Carmín, Miguel G. Díaz

Sin embargo, más allá del yacer y del placer y de la actitud iconoclasta y frívola del protagonista, se advierten las sombras, el miedo a la soledad y el desencanto que provoca la pólvora consumida de relaciones fugaces y superficiales. Como él mismo autor reconoce, la carne saciada es triste. Tras el continuo fornicar del cimarrón y sus hembras, hay una desesperada huida de la náusea que provoca la frágil existencia del ser humano, una lucha contra el paso del tiempo y una búsqueda del amor que les salve del vacío y de la nada. Todos los personajes de la novela se nos revelarán como seres solitarios y vulnerables que rezuman melancolía e inspiran cierta ternura, hombres y mujeres que no ignoran que El amor sí es importante… El sexo, un sustituto aceptable que sirve para desintoxicarnos de los amores verdaderos .


Las hembras del cimarrón, Marco Lúbrico. Edit. Pez de plata

En la Revista digital Pez de plata pueden leer una entrevista con Marco Lúbrico, comentarios sobre la novela y otros contenidos literarios. Les invito también a curiosear en el blog del pintor asturiano Miguel G. Díaz, autor de las ilustraciones que aparecen en esta entrada y que se incluyen en la novela. ( Pinchen en los enlaces)