18 de diciembre de 2008

ECOS DE CARACOLA


Era flaca, ligera, de ojos achicados y labios consumidos. Su rostro de campesina, labrado por el frío del invierno y el sol del verano, había tomado el color oscuro de la tierra que trabajaba. En el invierno olía a lluvia y a leche caliente, y a hierba seca y espigas de maíz en el verano.
Durante todo el año vestía ropas oscuras, calzaba zuecas y cubría su cabeza con un pañuelo negro. Guardaba sus tesoros en una caja de cartón. Unas medallitas, un anillo, unas fotos antiguas y algunas cartas enviadas, años atrás, desde Cuba. Y en un estuche, con forro de terciopelo rojo, una caracola marina y una postal de una playa solitaria con palmeras.
Aquella tarde vestía ropa nueva, lucía zapatos y su escaso pelo gris se recogía en un sencillo moño. Durante el viaje apenas habló. Concentraba su mirada tras el cristal aprehendiendo espacios y paisajes ignorados a sus ojos. Por momentos se entretenía en colocar los plisados de su falda, en limpiar el inexistente polvo de sus ropas, en admirar sus zapatos de azabache.
Al término del viaje bajó del coche y frente al sol del atardecer caminó por un estrecho sendero. Sabía que estaba cerca. Hasta ella llegaba el vaivén de una melodía desconocida y el olor a caracola marina que la brisa mecía en su regazo. Con el corazón agitado y los ojos anhelantes tomó carrerilla y, ligera, subió a los montículos de arena. Y en los ojos de María nació el mar: una playa solitaria, sin palmeras.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso.

El Kafkiano dijo...

Me uno a la opinión del autor del Lazarillo.
Sigue!

María* dijo...

Qué bien verte por fin por estos lares...

Bonito relato. Es como si el pelo tuviera que olerme a mar y la piel saber a sal.

¡Un saludo!

Shandy dijo...

María, lo mismo digo yo:)

Anónimo, es posible que pronto te de un abrazo... si me buscas ese libro perdido de doña Virginia (jeje).

Kafkiano, ya sabes lo que dijo la pequeña Duvet, ella ( la literatura) me (per)sigue a mí.