E un home agarda
insente, onte e mañá, soio co mar da
mágoa súa que o ten por fin vencido
Arcadio López Casanova, Mesteres
Prólogo
“Lo tenía muy bien pensado”, decía ella al tiempo que asentía con la cabeza y con la mirada perdida, como si hablase consigo misma. Después hacía una pausa mientras seguía afirmando con la cabeza. Luego me miraba, y apuntándome con el dedo índice concluía: “¡Te lo digo yo!” Y cuantas veces recordaba la historia de Xosé Pedreira, Encarna hacía el mismo gesto y el mismo comentario.
“Lo tenía muy bien pensado”, decía ella al tiempo que asentía con la cabeza y con la mirada perdida, como si hablase consigo misma. Después hacía una pausa mientras seguía afirmando con la cabeza. Luego me miraba, y apuntándome con el dedo índice concluía: “¡Te lo digo yo!” Y cuantas veces recordaba la historia de Xosé Pedreira, Encarna hacía el mismo gesto y el mismo comentario.
***
Xosé Pedreira era conocido en el pueblo como Pepín El Cubano. El apelativo de Pepín le venía desde niño; lo de El Cubano fue más tarde, cuando volvió al pueblo después de varios años de “Hacer las Américas” por tierras caribeñas.
La aventura americana no le fue mal a Pepín. Allá en la Habana aprendió a manejar, ejerciendo como chófer en la Hacienda de los Arechavala, dueños de un gran ingenio de azúcar. Durante años, todos los meses enviaba un dinero que su madre puntualmente le ingresaba en una cartilla de ahorros. Así fue que, a la vuelta, pudo hacerse una pequeña casa, casar con Carmen -vecina del lugar-, y comprar una camioneta que, a pesar de ser de segunda mano, lucía flamante después de haberla pintado de blanco luminoso y haber estampado en letras grandes y rojas: Transportes El Cubano.
A cambio de lo acordado, El Cubano transportaba todo lo que le pidiesen: patatas, frutas, piedra de la cantera, carbón, ladrillos para una obra. Sólo una cosa hacía gratis: transportar los instrumentos y los músicos de La Charanga del pueblo cuando había que hacer un pasacalles en alguna aldea vecina y el ayuntamiento no prestaba intendencia ni dinero alguno. Para tal ocasión, Pepín vestía traje claro, lucía sombrero traído de Cuba, y colocaba entre los dedos un grueso habano que nunca consumía. Y así de pinturero y cubanito encabezaba La Charanga, no sin antes haberla presentado altavoz en mano:
“Señores y Señoras:
Tengo el gusto de presentarles
La Banda del Ten, Tin, Tan, Tun,
banda de fama mundial.
Sólo el Sidol que gasta
en limpiar el instrumental,
¡cuesta un dineral!”.
Y es que El Cubano era hombre jaranero y vital que encaraba la vida con buen humor, siempre la sonrisa presta o silbando una bachata que había hecho aprender a La Charanga – él decía “Banda”, que le vestía más- y que le dedicaban en prueba de agradecimiento.
Además de esta afición, a la que dedicaba los fines de semana de la temporada estival, a Pepín le gustaba timbear, lo que hacía puntualmente los sábados de invierno en el bar de Encarna. Allí se disputaban los mejores torneos de tute y subastado y, a decir de los entendidos, se bebía el mejor vino de Amandi. Durante la semana se dedicaba a su trabajo o a hacer alguna “chapuza” para ganar un dinero extra, reservando siempre un tiempo, al final de la jornada, para tomarse unos tintos y paliquear un poco con los parroquianos.
Pero el eje y motor principal en la vida de Pepín era Carmen, su mujer, quien llevaba el peso de la casa y cuidaba de Dolores y Aurora, las gemelas de la pareja, muy deseadas por lo tardías en llegar. Para ellas abrigaba la madre esperanzas de “un buen porvenir” y por ello se esforzaba el padre; y ambos los dos, hacían planes. Así, Aurora, a quién los estudios se le daban, podría “hacer Comercio” o tal vez “Secretariado”; y Dolores, un poco más torpe en cuestiones de intelecto, pero afable de trato, podría regentar un pequeño negocio montado con los ahorros de los progenitores y en el que no habría de faltar la ayuda y el consejo de la hermana.
Y así la vida pasando para los Pedreira, con las alegrías y tristezas que depara el devenir cotidiano. Hasta que una aciaga mañana llamaron al bar de Encarna -uno de los pocos sitios del pueblo con teléfono-, y hubo que darle la noticia a Carmen. La camioneta de Pepín había caído monte abajo.
El Cubano salvó la vida, pero no pudo volver a conducir camioneta alguna porque perdió su pierna derecha. Y desde entonces a Pepín se le torció el gesto y perdió la alegría de vivir. Sólo después de un tiempo recuperó su afición a las cartas y sus visitas al bar de Encarna. Pero dejó de sonreír y de silbar su “Bachata”, y nunca más quiso acompañar a la banda ni volvió a poner su traje claro ni su sombrero cubano.
Testigo de aquella amargura era Encarna, a quién llegó a confesar con los ojos húmedos: “Un hombre así, lisiado como yo, vale más muerto que vivo”. Porque Pepín se avergonzaba de sus muletas y de que su mujer tuviese que trabajar en casas ajenas para poder completar la escasa pensión que a él le había quedado. Y obsesionado con la idea de que “Antes de morir he de dejar bien colocadas a mi mujer y a mis hijas” jugaba a las quinielas todas las semanas y gastaba más de lo debido en la lotería de los ciegos. Hasta aquella tarde.
Aquel viernes de mediados de Mayo, Pepín llegó a la hora en que más parroquianos solía haber en el bar. Venía mejor vestido que de costumbre porque había ido a la ciudad a arreglar unos papeles. Tomó un par de tintos e invitó a todos los que allí estaban a una ronda: “Hoy quiero que bebáis todos a mi salud”, dijo. Luego antes de marchar, en un aparte, se despidió de Encarna: “Adiós Encarna, tú sabes que te tengo ley. Siempre fuiste una buena mujer”.
Al día siguiente, cuando Encarna leyó en el periódico la noticia, “Un hombre muere arrollado por un camión en la Nacional VI”, comprendió que el “Adiós” de Pepín había sido una definitiva despedida.
***
Epílogo
Aquella muerte fue pagada por un seguro de vida -contratado meses antes por Xosé Pedreira-, y una buena suma de dinero que, como indemnización por muerte en accidente, recibieron su viuda y sus hijas, para quienes El Cubano, a pesar de todo, valía más vivo que muerto.
Encarna, cuantas veces recordaba aquella historia, no dejaba de asegurar: “Lo tenía muy bien pensado. Te lo digo yo”.
Xosé Pedreira era conocido en el pueblo como Pepín El Cubano. El apelativo de Pepín le venía desde niño; lo de El Cubano fue más tarde, cuando volvió al pueblo después de varios años de “Hacer las Américas” por tierras caribeñas.
La aventura americana no le fue mal a Pepín. Allá en la Habana aprendió a manejar, ejerciendo como chófer en la Hacienda de los Arechavala, dueños de un gran ingenio de azúcar. Durante años, todos los meses enviaba un dinero que su madre puntualmente le ingresaba en una cartilla de ahorros. Así fue que, a la vuelta, pudo hacerse una pequeña casa, casar con Carmen -vecina del lugar-, y comprar una camioneta que, a pesar de ser de segunda mano, lucía flamante después de haberla pintado de blanco luminoso y haber estampado en letras grandes y rojas: Transportes El Cubano.
A cambio de lo acordado, El Cubano transportaba todo lo que le pidiesen: patatas, frutas, piedra de la cantera, carbón, ladrillos para una obra. Sólo una cosa hacía gratis: transportar los instrumentos y los músicos de La Charanga del pueblo cuando había que hacer un pasacalles en alguna aldea vecina y el ayuntamiento no prestaba intendencia ni dinero alguno. Para tal ocasión, Pepín vestía traje claro, lucía sombrero traído de Cuba, y colocaba entre los dedos un grueso habano que nunca consumía. Y así de pinturero y cubanito encabezaba La Charanga, no sin antes haberla presentado altavoz en mano:
“Señores y Señoras:
Tengo el gusto de presentarles
La Banda del Ten, Tin, Tan, Tun,
banda de fama mundial.
Sólo el Sidol que gasta
en limpiar el instrumental,
¡cuesta un dineral!”.
Y es que El Cubano era hombre jaranero y vital que encaraba la vida con buen humor, siempre la sonrisa presta o silbando una bachata que había hecho aprender a La Charanga – él decía “Banda”, que le vestía más- y que le dedicaban en prueba de agradecimiento.
Además de esta afición, a la que dedicaba los fines de semana de la temporada estival, a Pepín le gustaba timbear, lo que hacía puntualmente los sábados de invierno en el bar de Encarna. Allí se disputaban los mejores torneos de tute y subastado y, a decir de los entendidos, se bebía el mejor vino de Amandi. Durante la semana se dedicaba a su trabajo o a hacer alguna “chapuza” para ganar un dinero extra, reservando siempre un tiempo, al final de la jornada, para tomarse unos tintos y paliquear un poco con los parroquianos.
Pero el eje y motor principal en la vida de Pepín era Carmen, su mujer, quien llevaba el peso de la casa y cuidaba de Dolores y Aurora, las gemelas de la pareja, muy deseadas por lo tardías en llegar. Para ellas abrigaba la madre esperanzas de “un buen porvenir” y por ello se esforzaba el padre; y ambos los dos, hacían planes. Así, Aurora, a quién los estudios se le daban, podría “hacer Comercio” o tal vez “Secretariado”; y Dolores, un poco más torpe en cuestiones de intelecto, pero afable de trato, podría regentar un pequeño negocio montado con los ahorros de los progenitores y en el que no habría de faltar la ayuda y el consejo de la hermana.
Y así la vida pasando para los Pedreira, con las alegrías y tristezas que depara el devenir cotidiano. Hasta que una aciaga mañana llamaron al bar de Encarna -uno de los pocos sitios del pueblo con teléfono-, y hubo que darle la noticia a Carmen. La camioneta de Pepín había caído monte abajo.
El Cubano salvó la vida, pero no pudo volver a conducir camioneta alguna porque perdió su pierna derecha. Y desde entonces a Pepín se le torció el gesto y perdió la alegría de vivir. Sólo después de un tiempo recuperó su afición a las cartas y sus visitas al bar de Encarna. Pero dejó de sonreír y de silbar su “Bachata”, y nunca más quiso acompañar a la banda ni volvió a poner su traje claro ni su sombrero cubano.
Testigo de aquella amargura era Encarna, a quién llegó a confesar con los ojos húmedos: “Un hombre así, lisiado como yo, vale más muerto que vivo”. Porque Pepín se avergonzaba de sus muletas y de que su mujer tuviese que trabajar en casas ajenas para poder completar la escasa pensión que a él le había quedado. Y obsesionado con la idea de que “Antes de morir he de dejar bien colocadas a mi mujer y a mis hijas” jugaba a las quinielas todas las semanas y gastaba más de lo debido en la lotería de los ciegos. Hasta aquella tarde.
Aquel viernes de mediados de Mayo, Pepín llegó a la hora en que más parroquianos solía haber en el bar. Venía mejor vestido que de costumbre porque había ido a la ciudad a arreglar unos papeles. Tomó un par de tintos e invitó a todos los que allí estaban a una ronda: “Hoy quiero que bebáis todos a mi salud”, dijo. Luego antes de marchar, en un aparte, se despidió de Encarna: “Adiós Encarna, tú sabes que te tengo ley. Siempre fuiste una buena mujer”.
Al día siguiente, cuando Encarna leyó en el periódico la noticia, “Un hombre muere arrollado por un camión en la Nacional VI”, comprendió que el “Adiós” de Pepín había sido una definitiva despedida.
***
Epílogo
Aquella muerte fue pagada por un seguro de vida -contratado meses antes por Xosé Pedreira-, y una buena suma de dinero que, como indemnización por muerte en accidente, recibieron su viuda y sus hijas, para quienes El Cubano, a pesar de todo, valía más vivo que muerto.
Encarna, cuantas veces recordaba aquella historia, no dejaba de asegurar: “Lo tenía muy bien pensado. Te lo digo yo”.
***
Despedida
Podo estar feliz.
Cae a casa,
pero os meus fillos fuxiron ao bosque
coa cabeza chea de paxaros.
Manuel Rivas, O pobo da noite
11 comentarios:
Era cierto. Mejor muerto que vivo.
Por lo menos una vez perdidas las ganas de vivir.
Impresionante, magnífico relato.
Gracias por traerlo. Besos
Buenas ideas para la crisis, ya me lo estoy planteando.
Me ha encantado.
'Pero el eje y motor principal en la vida de Pepín era Carmen'
No, si tanto camión que Pepín tenía camioneta y camiona. ¿Y también era su transmisión, y su correa?
Y si su mujer fuera bicicleta, ¿sería ella su cadena?
El relato me ha capturado pero sólo esa expresión me ha hecho cojear, quizás porque se abuse de ella en lo cotidiano. Pero oye, que eje puede ser y motor ni te cuento y si es de ocho cilindros mejor que de cuatro, más potencia.
No me producen tristeza ni el final ni los suicidas. Su decisión es su motor y su vida. Un suicida está atrapado y hay que lograrlo antes de que se suceda. Después, puede que alguien quede con la cabeza 'chea de paxaros'.
Ybris, a pesar de todo, para "Ellas" "El Cubano valía más vivo que muerto". Creo que para mí también. No sé si esto es egoísmo. De todas formas si alguien al que quiero mucho siente que vive sin vivir y pide ayuda, se la daría. Y pido lo mismo para mí. La cuestión de la eutanasia es un debate que está como agazapado, se le tiene miedo y ya sabemos por qué (es complejo, sin duda, abre puertas peligrosas y hay que legislar bien... Pero con al piedra de Petrus habemus topado. Y no veas que durísima. Claro, tantos años que hasta la piedra le sale musgo y otras plantitas y la muy ladina enraíza y se extiende subrepticiamente. Pero con el tiempo, con el tieeeeempo todo se desgasta, todo se transforma
Yo veo esta historia como de de amor recíproco. El Cubano decide suicidarse, pero elige esa forma tan expuesta( podría no haber muerto) porque sabe que pagarán un buen dinero por esa muerte que no es entendida como suicidio, sino como accidente.
Ybris, muchas gracias por ese comentario.
Geles, ahora ya te reconozco bien. Me encantan esas mujeres tan redondas y tan bellamente preñadas que pintas ( no me sale para tus mujeres decir em-ba-ra-za-das, que me tropiezo).
Por díos, no des ideas, que luego las compañías no pagan! Echémosle humor.
Gracias por tu visita.
jajaja... Ay, Tempero, Tempero... A ver, hombre del campo, la Carmiña más que correa, era cadena y no sé si decir de transmisión o de transfusión ou ámbalas duas choses.
¿Y si fuese una bicicleta? Ay, si fuera o fuese, imperf. de subjuntivo! Pero si fuese, Tempero, si fuese, no sólo sería su cadena sino también su plato y sus piñones, es decir su motor. Lo malo es que no pudo ser sus dos piernas y sus dos manos para ganarse la vida.
Los suicidas, depende. Hay muertes más dulces que esa.
Y después de todo esto, te agradezco que hayas dejado tu comentario y el apunte crítico.
Los pájaros los pongo yo, para ti: para que picoteen tus sembraos. Busca un buen espantapájaros!
Me apasionan todos esos relatos que con una frase adensan ya todo el relato, que giran en torno a ella.
'Diles que no me maten' de Rulfo, por ejemplo. Tempero hace tiempo puso sobre el cuaderno una frase en un relato veraz que decía, 'Sólo era por ver', respecto a una llamada de teléfono. El desarrollo que hay detrás de esas frases puede ser espectacular, contenido. No sé le que habrá de veraz en tu relato y lo que habrá de ficción, me da igual, lo que está es muy bien depositado.
Gracias guapa por tu relato.
Ventana, a veces te dan una frase y tiras del hilo. Este relato partió de unas palabras de una mujer a la que quiero mucho. Sin pretenderlo me ofrece material para ficcionar. Ella dijo sobre el posible suicidio de un hombre la frase con la que comienza el relato y tal como lo describo en ese "Prólogo y Epílogo". Lo demás es ficción, aunque de la Banda, por ejemplo, esa explosión de color ( así la veo yo) me habló mi padre. Esa Banda existió y se presentaba tal como describo en el relato. Hay una trilogía (creo que la apunta Paul Ricoeur en su teoría del texto): realidad+ficción y ambas filtradas por la imaginación del creador con sus juicios y prejuicios. Agítese, trabájese, remuévase, cuézase, espéciese... Claro que con ésto no basta. Está el talento... Y ese es más escurridizo.
La frase de Tempero es para tirar del hilo.
Cantaremos ese "Estou na lavadora". Creo que ya hay acuerdo. Y seremos más que dos, anda que non imos berrar a capela. Uns que fagan os coros e lle dean as guitarras. Avisa para que vaian quentando voces e dedos ( para que luego no salgan callos, de darle a los trastes de la guitarra).
Bicos
La empresa que me esclaviza voluntariamente tiene un seguro de vida conmigo, por contrato. Se supone que si caigo muerto sobre este teclado, mis hijos recibirían una cantidad de dinero brutal, que yo no juntaría ni en varias vidas.
Eso sí, hay una letra pequeña que deja claro y preciso sin ningún género de dudas que el suicidio excluye el pago de la misma.
Si lo tienen todo muy pensado, estos cabrones :)
Salud!
No Surrender,para engañar a las compañías habría que buscar un veneno sutil, un veneno que no dejase huella. Dicen que el arsénico y la cicuta dejan poca, pero aún así los forenses la pueden detectar en el estómago, intestinos o en el hígado porque normalmente estas sustancias se ingieren pot vía oral. Pero puede haber otras vías. No sé en que película un hombre intentaba matar a su mujer administrándole una dosis de una sustancia venenosa en el colirio que utilizaba para lavarse los ojos.
Pero No Surrender, yo a ti te quiero bien y si caes sobre el teclado que sea por cansancio de tu buena escritura.Por mucho que paguen las compañías, para los que bien nos quieren valdremos siempre más dándoles vida. Pero si fuese necesario dar en las narices a la encabronada letra pequeña, habría que ser tan hábiles como ellos y buscar el mismo refinamiento que utilizan bancos y compañías: venenos de letra pequeña que se agazapasen en nuestros recovecos corporales.
Se me ocurre que en el día a día, a veces nos envenenan con muchas cosas: sustancias en los alimentos y otros venenos menos físicos.
Habrá que estar atentos a ellos. Así que, Salud! El arsénico Y la cicuta en la tinta de las plumas. Que en este caso desintoxican de los venenos cotidianos.
Un Beso con buena tinta
Con lo que me gusta a mí pensar y lo poco que pienso a veces... :):):)
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