22 de febrero de 2009

EL gesto de un poeta



Todo está en el “cómo”. Hay que reír alegremente,
hacer buenos versos, llevar una vida decente,
tener una muerte digna

(A. Machado)

A finales de noviembre de 1936, milicianos anarquistas cortaban la carretera Madrid-Valencia a la altura de un pueblo de Cuenca, Tarancón. Allí pensaban pasar la noche miembros del gobierno republicano y reconocidos intelectuales. Su destino era Valencia, ciudad que en aquel momento se ofrecía más segura que la sitiada capital. Entre aquellos intelectuales, se encontraba el poeta Antonio Machado a quien acompañaban su madre y su hermano José, el dibujante.

A la familia Machado se le ofreció un viejo pero cómodo caserón para pasar la noche. Es posible que en el silencio de aquella casa latiese todavía la presencia de quienes la habían habitado, que los enseres y los pequeños detalles rebelasen la historia del vivir cotidiano de sus moradores. Es posible también que a los oídos del poeta llegase por momentos el sobrecogedor sonido de las descargas de fusilamientos y que recordara el día que lo detuvieron por equivocación unos anarquistas en un café de la madrileña glorieta de Chamberí… Es posible, pero sólo son elucubraciones mías. Nunca sabré qué pensamientos o qué oscuro presentimiento llevaron al poeta a preguntar a quién pertenecía aquella casa:
A una familia a la que ese mismo día habían dado “el paseo”.

Imagino a Antonio Machado observando el cuarto que le habían destinado, una cama limpia, intacta, tal vez con una colcha blanca y las sábanas bordadas con unas iniciales. Y no me es difícil intuir su dolor solidario, un dolor que se muestra en su gesto de delicadeza y respeto: el poeta no tocó aquella cama, no la deshizo. Durmió en el suelo, sobre una alfombra.

Los últimos días
Después de permanecer en Valencia dos años y una breve estancia en Barcelona, el veintisiete de enero de 1939, el poeta, viejo, enfermo y cansado, cruza la frontera francesa con su familia camino del exilio. En un hotelito de Collioure, Bougnol Quintana, pasa sus últimos días. Allí escribe un prólogo para unos discursos de Azaña, y en un pedacito de papel, que guarda en el bolsillo de su abrigo, los últimos versos. Unos están dedicados a Guiomar: Y te diré mi canción: / se canta lo que se pierde, / con un papagayo verde/ que la diga en tu balcón. Los otros son unos alejandrinos, que a pesar de transmitir una profunda melancolía, parecen recuperar por un instante en la mirada del poeta la luz sureña de un paraíso perdido: Estos días azules y este sol de la infancia.
El veintidós de febrero de 1939, un miércoles de ceniza -hace hoy setenta años-, muere Antonio Machado sin saber que la guerra ha terminado. Dos días después, entierran a su madre en el mismo cementerio, en Collioure.

Quizás, después de todo, nunca aprendimos a hacer la guerra. Además carecíamos de armamento. Pero no hay que juzgar a los españoles demasiado duramente. Esto es el final; cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado.

Antonio Machado


8 comentarios:

Ventana indiscreta dijo...

Ánimo hacia Antonio Machado que labró la tierra y la infancia con sus poemas. Sí, de esa época que señalas he extraído algunos versos sueltos de sus últimos sonetos. Vayan pues:

La guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y es la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama
y la soñada miel de amor tardío,
la flor imposible de la rama
que ha sentido del hacha el corte frío.

Mi Sevilla infantil ¡tan sevillana!
¡cuál muerde el tiempo tu memoria en vano!

Trazó una odiosa mano, España mía,
-ancha lira, hacia el mar, entre dos mares-

Más fuerte que la guerra-espanto y grima-

¡Ya su perfil zancudo en el regato,
en el azul el vuelo de ballesta,
o, sobre el ancho nido de ginesta,
en torre, torre y torre, el garabato
de la cigüeña!... En la memoria mía
tu recuerdo a traición ha florecido;

¡Cómo parece dormida
la guerra, de mar, de mar,
mientras Valencia florida
se bebe al Guadalviar!

Machado alentando su vida con su poesía, con su prosa. Y jamás deberíamos saber hacer una guerra.

Celestino Simón dijo...

Conozco a un tipo que cuando le llaman poeta, le entran tembleques en las piernas, y veo a Machado lleno de tembleques muriendo incluso antes de saber de que la guerra terminaba y que el futuro ignoraría su tembleque para llamarle poeta.

Claro que el tipo que conozco está más tarado que Machado... :):):)

Miles de besos Shandy

Shandy dijo...

V.I, sólo algunas veces palabras y hechos coinciden en la vida de un escritor. En el caso de Machado creo que fue un "hombre,en el buen sentido de la palabra, bueno".
Nunca se está preparado para la guerra,los vencidos siempre son mayoría.

Shandy dijo...

Celestino, yo creo que al poeta le temblaban las piernas porque estaba harto de ver tanta muerte y tanta mala sangre:
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios,
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.

A ese otro poeta, le tiembla más el pulso que las piernas. Pero eso es algo que le pasa a todos los que escriben versos con pluma estilográfica:)
Besos

María* dijo...

Ufff... Qué grande Machado. Me encanta. Demasiado...

Anónimo dijo...

Viene a pedirme paso un poema de Machado que como una fervenza me entusisama, me agita. Me agiganta. Digo cual es y callo:

Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.
Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa prensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.
Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pedía, sin flor, fruto en la rama.
Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!

Shandy dijo...

María: Machado como poeta es incuestionable. Del hombre podrían contarse muchas anécdotas que demuestran que vivió con dignidad hasta sus últimos días. Pero esta creo que es una de las que mejor le definen. La leí hace unos cinco años en "Las armas y las letras" de Andrés Trapiello, un buen libro sobre la guerra civil y todas las generaciones de escritores que la vivieron. No te lo pierdas:)
Un abrazo

Shandy dijo...

Anónimo, no le falta razón a Machado. El amor, el "amor romántico", siempre lleva implicita un punto de locura y de ceguera. Por algo es representado por un niño con una venda en los ojos que además es hijo de Venus y Marte (las dos caras de la moneda).
Pessoa,en "El libro del desasosiego dice:

“Todo hombre de hoy, en quien la estatura moral y el relieve intelectual no sean los de un pigmeo o un rústico, ama, cuando ama, con amor romántico[...]
Pero, al igual que una vestimenta, el amor romántico tampoco es eterno; dura todo lo que dura y luego, bajo el ropaje del ideal que nos formamos y que se deshilacha, surge el cuerpo real del personaje que habíamos cubierto con él.
El amor romántico, por ello, es un camino de desilusión. Sólo no lo es cuando la desilusión, aceptada desde el principio, decide variar de ideal constantemente; entonces, en los talleres del alma, produce nuevas vestimentas, con las que permanentemente pueda renovarse el aspecto de la persona por ellos vestida.
Amamos, tan sólo, la idea que nos hacemos de alguien”.
Uf,como tira a dar este portugués!!
Sí, el amor necesita muchos gramos de locura. Por eso digo que Machado tiene razón. A Pessoa hay que tenerlo en cuenta y ver si somos capaces de aprender aquello de El arte de amar.