12 de febrero de 2009

Cartas



La primera carta decía: “Gracias a sus poemas ya no estoy sola ¡Cuánto he pensado en usted!” A esta primera carta se sucedieron otras muchas que durante meses cruzaron el Atlántico. Fue una larga y grata correspondencia entre Juan Ramón Jiménez, durante su estancia en un sanatorio de las afueras de Madrid, y una desconocida admiradora que le escribía desde el Perú. Cuando el poeta abandonó el sanatorio confesó que aquellas cartas, firmadas por Georgina Hübner, le habían ayudado a recuperar la salud y la alegría. (1)

María Casimira, una mujer de ochenta y seis años, fue “Madrina de guerra”. Las “Madrinas de guerra” escribían a jóvenes soldados que estaban en el frente durante la guerra del 36. María no conocía a Severiano ni a Julio, pero sus cartas eran trincheras para el corazón y parapetos contra el miedo; ayudaban a espantar las sombras de la soledad y de la muerte. Nunca llegó a conocer a Severiano, pero compartió con Julio cincuenta y tres años de su vida.

En mis tiempos de instituto, durante varios años, me escribí con Antoine, un chico francés. Cartas, postales, recortes de revistas, letras de canciones… enriquecían mi mundo y despertaban curiosidad por un país que años más tarde conocí. Recuerdo el cosquilleo en el estómago cuando en el buzón de casa aparecían aquellos sobres livianos, festoneados en los bordes de azul y rojo y con matasellos de avión. Todavía conservo una fotografía, tamaño carné, de un Antoine adolescente con pelo largo, suéter de cuello vuelto y un colgante alrededor del cuello.

Tres épocas, tres personas, tres motivos diferentes, pero en cualquier caso, todas esas cartas generaban buenas vibraciones, despertaban emociones y sentimientos positivos o compartían aficiones y enriquecían. Eran palabras silenciosas que iba tejiendo una urdimbre de afectos y empatía por el desconocido que poco a poco dejaba de ser un extraño y se instalaba en uno de nuestros cuartitos interiores.

Me digo, cuánto y qué poco han cambiado los tiempos. Georgina, María Casimira, Antoine… eran los amigos virtuales de entonces. Y es que de las pocas cosas que no destruye el paso del tiempo son los humanos sentimientos y el poder de las palabras viajeras. Si acaso lo que cambia es el soporte, el medio y el canal por el que transitan.
***

(1)Nota de la autora: no les cuento el final de la historia entre Georgina y el poeta de Moguer. Lo hace muy bien el uruguayo Eduardo Galeano ( Montevideo 1940) en Bocas del tiempo, una colección de pequeñas historias que tienen una trama común: el viaje de la vida. Os dejo tres para hacer boca.


Las trampas del tiempo
Sentada de cuclillas en la cama, ella lo miró largamente, le recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies, como estudiándole las pecas y los poros, y dijo:
-Lo único que te cambiaría es el domicilio.
Y desde entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se divertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y cocinaban inventando y dormían anudados.
Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como era. Como era cualquiera de las que ella era, cada una con su propia gracia y poderío, porque esa mujer tenía la asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.
Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere devolverle nada más que ese cuerpo helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que fue.

El tiempo
Somos hijos de los días:
-¿Qué es una persona en el camino?
-Tiempo.
Los mayas, antiguos maestros de esos misterios, no han olvidado que hemos sido fundados por el tiempo y estamos hechos de tiempo, que de muerte en muerte nace.
Y saben que el tiempo reina y se burla del dinero que quiere comprarlo,
de las cirugías que quieren borrarlo,
de las píldoras que quieren callarlo
y de las máquinas que quieren medirlo.
Pero cuando los indígenas de Chiapas, que se habían alzado en armas, iniciaron las conversaciones de paz, uno de los funcionarios del gobierno mexicano puso los puntos sobre las íes. Señalándose la muñeca, y señalando las muñecas de los indios, sentenció:
-Nosotros usamos relojes japoneses y ustedes también usan relojes japoneses. Para nosotros son las nueve de la mañana y para ustedes también son las nueve de la mañana. Ya déjense de fastidiar con esta cosa del tiempo.

La partida
Esta mujer se marcha al norte. Sabe que puede morir de ahogo en la travesía del río, y de bala, sed o serpiente en la travesía del desierto.
Dice adiós a sus hijos, queriendo decirles hasta luego.
Y ya yéndose a Oxaca, se arrodilla ante la Virgen de Guadalupe, en un altarcito de paso, y le ruega el milagro:
-No te pido que me des. Te pido que me pongas donde hay.







10 comentarios:

El Kafkiano dijo...

Es una sensación extraña. Lo que escribes, muchas veces, me hace sentir nostalgia de recuerdos que nunca tuve o de experiencias que nunca he vivido.

Ventana indiscreta dijo...

http://estar-al-acecho.blogspot.com/2009/01/non-credea.html

En esa entrada hablo de una experiencia real por la que pasé a través de las cartas virtuales. Mereció la pena y, también me apenó su conclusión. Prefiero la carta clásica pero reconozco que la inmediatez de la virtual te puede hacer vibrar de un modo obsesivo.

Ahí te paso uno de los relatos de Galeano del libro que aludes. ¡Qué casualidad, la luna!:

La luna

La luna madura embaraza la tierra, y hace que el árbol cortado siga vivo en su madera.
La luna llena alborota a los lunáticos, a los alunados, a las mujeres y a la mar.
La luna verde mata las siembras.
La luna amarilla viene con tormenta.
La luna roja trae guerra y peste.
La luna negra, luna ninguna, deja al mundo triste y al cielo mudo.
Cuando Catalina Álvarez Insúa estaba dando sus primeros pasos, alzaba los brazos al cielo sin luna y llamaba:
-¡Luna, vení!

Shandy dijo...

Kafkiano, a veces una palabra o su propio sonido, o una sugerencia en un texto puede despertar emociones que sí hemos sentido, aunque con vivencias distintas a las que el texto describe, e inconscientemente se produce una íntima asociación. La abstración de la palabra, la connotación, permite esas asociaciones. Leyendo las memorias de La Nava también sentía esa sensación que tú describes. Me despertaba el deseo de vivir aquello que se contaba. Y es porque identificaba en la mirada de aquel niño emociones que con vivencias distintas yo también había tenido. Esa es la chispa de conexión entre el mundo del escritor y la del lector.
"Sentir nostalgia de recuerdos que nunca tuve" eso me hace sentir también Félix Muriel(tengo dos, uno es para ti)
Un beso.

Shandy dijo...

V. Indiscreta,ay, las cartas clásicas... Tienen el olor y la textura de la tinta y el papel, y algo tan personal como la caligrafía y la firma. Y las puedes guardar en una caja de madera o en el baúl de los recuerdos o en el cajón de la ropa íntima y hasta ponerte cursi y atarlas con una cinta de raso.
No,no es lo mismo.Pero por lo menos una esencia importante no se pierde, la palabra y lo que esta transmite.

Catalina... es uno de los personajes entrañables de Galeano.

Arcángel Mirón dijo...

Cuando internet no era esta cosa desbordante y masiva que es ahora, yo me carteaba con chicos de Uruguay y de España.
Era una época genial.

:)

Anónimo dijo...

http://www.goear.com/listen.php?v=b977759

http://www.goear.com/listen.php?v=34465fa

http://www.goear.com/listen.php?v=c771450

Para completar 'Las trampas del tiempo'.

Shandy dijo...

Arcángel, se echa de menos lo que ya no tenemos ( toma pareado!). Pero internet hizo que conociera tus cuentos:)

Shandy dijo...

Anónimo, difícil elegir entre esas tres versiones. La de Amancio Prada tiene una estética sobria, su particular modo de hacer, lento y profundo.Su voz me hace pensar en "Campanas de Bastabales". Un francés, como Leo Ferre, es una debilidad,difícil resistir el encanto de la cadencia de esa voz, es la que más me lleva a la recherche de le temps perdu, es L'Ombres de Jours de la "gentílisima Condesa". Pero quizás la que más me emociona es la de Montse Cortes, su voz, el toque flamenco...
Gracias por dejarlas aquí.

Sangre por tinta dijo...

Ooo Eduardo Galeano, coincidencia o no, hoy he estado leyendo algunas historias de Bocas de tiempo y también alguna que otra de El libro de los abrazos, su lectura es amena, especial, lleva su olor inscrito en cada página.
En el reverso de este último libro que he citado me quedo con lo siguiente: "Lea una historia por día y será feliz la mitad del año. Lea una historia por día y será usted triste la otra mitad."

Pero el caso, es que las cartas manuscritas no podrán nunca sustituir a las nuevas tecnologías, ahí es donde se aprecia el sentimiento de cada letra...

Pd: Recomiendo de Galeano sus Cartas de amor.

Un saludo cordial.

Shandy dijo...

Sangre por tinta,compraré el de "Cartas de amor", es de los pocos que me faltan de Galeano. Bocas del Tiempo, El libro de los abrazos y Espejos, lo releo a menudo. Son como deliciosas pastas de te, o esas de la bretaña francesa: irresistibles.

Otro saludo para ti