19 de septiembre de 2009

La Tentación




“La madre se propuso salvarlo de todos los peligros.
Quería un hijo limpio, virtuoso, incorruptible, que no conociera los miasmas del mundo.
La madre soñaba con un arcángel […]
La madre ordenó que cerrara los ojos y luego ató sus manos, lo amordazó.
Le dijo que olvidara su nombre, su edad, su cuerpo, que ya no tenía carne vulnerable (presagio de la carroña) que era un hombre perfecto en la habitación que ella llamaba eterna.

“¿Y los sueños? ¿Te has olvidado de los sueños?
¿Te has olvidado de que yo pienso una palabra, una sola y simple palabra, la palabra más inofensiva, y al instante surgen ciudades, multitudes, páramos…?
¿Te has olvidado de que cada noche me cobija una nueva catedral, y amanezco en plazas enormes con palomas que revolotean sobre mí, y quemo incienso, digo plegarias para agradecer la salida del sol?
Mi sueño, madre, destruye las tapias, las ventanas y las puertas. Mi sueño es un río, un camino, una tempestad […]
Mi sueño es una casa en la Rue Hautefeuille, la cárcel de Reading, una biblioteca, la soga de mi horca y tu patíbulo.
Es mi sueño quien me hace invulnerable. Sólo el puede salvarme de mi propia corrupción”

(Manual de Tentaciones, Abilio Estevez. Edit. Tusquets)


Cuando acabé de leer este bello e intenso relato del escritor cubano, pensé que bien podría servir de soporte poético para la trágica historia de Aurora Rodríguez y su hija Hildegart.

En la madrugada del 9 de julio de 1933, Aurora Rodríguez Carballeira decide acabar con la gran obra a la que había dedicado parte de su vida: su propia hija. Irrumpe en el dormitorio de Hildegart y, mientras ésta dormía, le dispara cuatro tiros, dos en la sien, un tercero en el corazón y un cuarto en el pecho. Nadie sabe exactamente qué ocurrió horas antes del cruel asesinato, qué pensamientos cruzaron por la mente de una mujer paranoica ni qué palabras dirigió aquella joven de diecinueve años a su madre. Pero no es difícil imaginar que en la larga discusión que ambas mantuvieron, Hildegart fue capaz de confesar abiertamente sus sueños, sus ilusiones, sus ansias de libertad, la necesidad acuciante y desesperada de liberarse del yugo opresor de una madre posesiva y egoísta que quiso modelarla a su manera desde la niñez: “No he tenido infancia. La necesité integra para estudiar sin descanso día y noche”
Hildegart fue pensada como un proyecto desde su nacimiento. Fue engendrada, criada y educada por su madre para encarnar a una nueva mujer, una mujer libre que luchase contra la opresión del género femenino y contra las miserias e injusticias que padecían la clase obrera en los años de la Segunda República. Se eligió a un progenitor adecuado para concebirla (al que posteriormente se le apartó de todo contacto con la hija), y desde sus primeros años de vida se la sometió a una rígida y severa instrucción. A los diecisiete años se había licenciado en derecho, contaba con una extensa bibliografía publicada, ejercía una activa militancia feminista en partidos de la izquierda libertaria española y cautivaba a cuantos la rodeaban con su brillante oratoria.
Hildegart cumplió ampliamente las expectativas de su madre hasta que la amistad y el amor entraron en su vida. Por esas puertas y ventanas llegaron maravillosos cantos de sirenas y palomas mensajeras que ofrecían y mostraban la plenitud de lo que significa la pasión y el deseo de Vivir más allá del mundo cerrado y exclusivamente intelectual que su madre le proporcionaba. Fue entonces cuando adquirió fuerza y confianza para romper la claustrofóbica pesadilla materna. Su madre llegó a creer que había una conspiración e intentaban arrebatarle a su hija, y cuando ésta expresó el deseo de marcharse sola a Inglaterra, invitada por el escritor H. G. Wells y el sexólogo Havellock Ellis, su progenitora no pudo soportarlo. La Pigmalión se había rebelado y su creadora fue incapaz de aceptar el vacío que provocaría el abandono de lo que había concebido como una “obra” perfecta que le pertenecía. Paradójicamente, aspirar a ejercer la libertad por la que luchaba y para la que supuestamente la habían educado, a Hildegart le costó la vida; y a su madre, la cárcel y el manicomio: “Mi sueño, madre, destruye las tapias, las ventanas, y las puertas. Es una tempestad… Mi sueño es la soga de mi horca y tu patíbulo”.

El "Caso Hildegart" es excepcional y excesivo por su trágico final. Pero la “Tentación” de soñar con hijos “Arcángeles” puede subyacer y ocultarse bajo las buenas intenciones. Quizás no deje de ser cierta la metáfora que apuntó el padre del sicoanálisis, la necesidad de que el hijo “Mate al padre” antes de que ambos se destruyan.
***
La imagen que encabeza la entrada pertenece al cartel de la película Mi hija Hildegart, dirigida por Fernando Fernán Gómez en 1977.

5 comentarios:

Clidice dijo...

No conocia el caso más que por encima. Esta acabó con su vida, pero cuántas madres no tienen a sus hijos como propiedad? me parece terrible para los hijos, pero también para ellas.

ybris dijo...

Exacta reflexión sobre tan terrible caso.
En el fondo es tan cierto que hay amores que matan como que hay sueños que liberan.

Besos.

virgi dijo...

Hola Shandy!
Esa historia la supe alguna vez, pero ya no la recordaba. La realidad siempre supera a la imaginación, aunque no lo parezca.
Y los humanos nos empeñamos en modelar a los que nos rodean, ¡ay!
El trozo que has colocado me parece magnífico, poético, duro, trágico, real, hondo.
Gracias por esta entrada, montón de besos (también por tus visitas, siempre ricas)

raindrop dijo...

¡Qué contradicciones tan profundas cuando alguien crea un esclavo para que libere a otros! Difícilmente alguien a quien se limita de forma tan drástica su capacidad de elegir podría realizar esa tarea liberadora.

Lo que no deja de sorprenderme es que haya historias que sean peores que las peores pesadillas. Podría ser un relato inventado para horrorizar y jamás pensaría que alguien se hubiera atrevido a realizarlo. Aunque cada vez me sorprendo menos y veo a las personas capaces de las cosas más terribles... ¡una lástima!
Una vez más, el sueño de la razón produce monstruos.

besos

NoSurrender dijo...

No conocía la historia, que me ha impresionado. Supongo que hay algo que nos hace pensar a los padres que nuestros hijos son propiedad nuestra. Para bien o para mal, el concepto de educación que transmitimos siempre incluse una buena dosis de manipulación. Es inevitable.