
antes de que saia o día
e levaredes convosco
as nove follas da oliva.
Romance popular
Baños prodixiosos
Lémbroas nos veráns da infancia na Mariña Lucense como personaxes curiosas e de pintoresca estampa. Chamábamoslles as Carolinas ou Catalinas. Eran mulleres campesiñas que a finais de agosto, xa rematados os labores do campo, viñan “tomar os nove baños por consello de médico”. Non vistían bañador, senón brancas enaguas ou coloridos camisóns -e nalgún caso un hábito- que unha vez mollados apegábanse aos corpos regalando a olladas esculcadoras xenerosas curvas e sombranceiras carnes (de aí –coido eu- o nome de “mantidas” que recibían noutras partes do país). As Carolinas, temerosas da bravura do mar, refrescaban brazos e pernas nas mornas augas que se acubillaban nas covancas dos cons ou nas remansadas pozas que afondaban no areal cando xa tiña devalado a marea. As máis ousadas achegábanse aos lindes do mar e aserándose sobre da auga xogueteaban e zapicaban coa escuma das ondas que xa brandas e calmas ían morrer no regazo da ourela. Algunhas veces, e ben ancoradas á punta dun penedo, téñoas visto tender os corpos sobre da salgada superficie e así abandoarse gozosas ao deleitoso pracer de ser abaladas e tomadas por enteiro na donda oleaxe mariña. Cando isto sucedía, a bris do mar inflaba as amplas roupaxes das Catalinas e daquela deviñan aos meus ollos en cordiais cetáceos abeirados na ribeira ou en coloristas e risoñas morsas frotantes. O que elas no sabían, e naquel tempo eu tampouco, é que tomar “os nove baños” ten a súa orixe nun rito ancestral e pagano -que máis tarde se cristianizou-, o de “As nove ondas”. Este rito atribuía ao deus mar e a deusa lúa o poder de fecundar as mulleres ermas e desfacer os meigallos e feitizos dos demos como ben dice unha canción popular: Levei á miña nuller/ á Lanzada, ás nove olas:/Leveina a desenfeitar/e botar os demos fóra. Mais da personificación do mar como amante e o seu poder fecundador, non só dá conta a tradición popular, pois amósase tamén nos versos trobadorescos das Cantigas de Amigo medievais: Quantas sabedes amar amigo/ treydes comig' a la mar de Vigo:/ E banhar-nos- emos nas ondas!
Baños prodigiosos
Las recuerdo en los veranos de infancia en A Mariña Lucense como personajes curiosos y de pintoresca estampa. Les llamábamos Carolinas o Catalinas. Eran mujeres campesinas que a finales de agosto, ya rematadas las tareas del campo, venían “a tomar os nove baños por consello de médico”. No vestían bañador, sino unas blancas enaguas o coloridos camisones -y en algún caso un hábito- que una vez mojados se adherían a sus cuerpos regalando a miradas ajenas abundantes carnes y generosas curvas (de ahí –pienso yo- el nombre de “As mantidas”, las bien alimentadas, que recibían en otras partes del país). Las Carolinas, temerosas de la bravura del mar, refrescaban brazos y piernas en las templadas aguas que se depositaban en los cuencos de las rocas o en las remansadas charcas que ahondaban en el arenal cuando bajaba la marea. Las más osadas se acercaban a las lindes de la playa y acuclilladas sobre el agua jugueteaban y chapoteaban en la espuma de las olas que blandas y calmas perecían en el regazo de la orilla. Algunas veces, y bien apuntaladas al saliente de un peñasco, las he visto tender sus cuerpos sobre la superficie salada y abandonarse gozosas al dulce placer de ser tomadas y mecidas por entero en el tierno oleaje marino. Cuando esto sucedía, la brisa del mar inflaba sus amplios ropajes y las Catalinas devenían a mis ojos en cordiales cetáceos orillados en la ribera o en coloristas y risueñas morsas flotantes. Lo que ellas no sabían, y por aquel tiempo yo tampoco, es que tomar los nueve baños tiene su origen en un rito ancestral y pagano -que más tarde se cristianizó-, el de “Las nueve olas”. Este rito atribuía al dios mar y a la diosa luna el poder de fecundar a las mujeres yermas y deshacer los meigallos y hechizos diabólicos como bien dice una canción popular: Levei á miña nuller/ á Lanzada, ás nove olas:/Leveina a desenfeitar/e botar os demos fóra. Llevé a mi mujer/ a La Lanzada, a las nueve olas:/ la llevé a desencantar y echar los demonios fuera. Pero de la personificación del mar como amante y su poder fecundador no sólo hablan dichos y canciones populares, sino también los trovadores medievales gallego-portugueses en las Cantigas de Amigo: Quantas sabedes amar amigo/ treydes comig' a la mar de Vigo:/ E banhar-nos- emos nas ondas! / Cuantas sabéis amar amado,/ venid conmigo al mar de Vigo/ ¡y nos bañaremos en las olas!
Aunque según la creencia, la fecha más adecuada para este baño es el día de San Juan y las aguas más propicias son las de la playa de A Lanzada en Sanxenxo (Pontevedra), todavía están a tiempo de acercarse a nuestras costas y beneficiarse de la prodigiosa magia de las ondas galaicas. Pero no olviden que, para que el ritual haga su efecto, habrán de esperar la llegada de la noche y desnudos a la luz de la luna recibir el impulso de nueve olas. Por cierto, que el beneficio no sólo es para las mujeres, también se extiende a los varones que deseen recuperar o mejorar su virilidad (y no les cuento los milagros que obra este nocturno novenario cuando se hace en pareja y con premeditación y alevosía). En cuanto a los nueve baños, si no disponen de tiempo o la crisis les agobia, hagan lo mismo que aquella Catalina que se ahorró el dinero de nueve días de estancia en la costa pero sin incumplir el consejo de médico: cuatro baños por la mañana y cinco por la tarde.
Mientras se lo piensan -lo del mágico baño nocturno y tal como nos parieron- escuchen este tema de Berrogüeto: Setestrelo