10 de agosto de 2009

Ex Libris


-I-
El hombrecillo señaló el edificio de arquitectura modernista que estaba al final de la calle: “Es ese, tiene la placa en la fachada”, dijo. Le diste las gracias y recorriste el espacio que te separaba del edificio. En la placa, situada a la derecha de la puerta, observaste un escudo en relieve, un águila en posición frontal que sostenía un libro entre las alas extendidas. Bajo el escudo, leíste:

Biblioteca Voltaire
Fundada en 1931 por F. G. R.

Al inicio de las escaleras, un rótulo indicaba la ubicación de la biblioteca. Subiste a la segunda planta y entraste en una espaciosa sala donde algunas personas atendían a la lectura de periódicos. Después de una rápida ojeada, te dirigiste al bibliotecario.
A tu pregunta, y observando con curiosidad el libro que retenías entre las manos, el bibliotecario te respondió con otra:
- ¿Se refiere usted al señor L G ?
Un gesto de duda se reflejó en tu rostro.
- Tal vez, puede ser.
Te acompañó por un largo un pasillo y, en su final, te indicó la entrada a una galería. Al fondo, tras una mesa orientada hacia un cuidado jardín, un hombre tecleaba en un ordenador. Lo observaste durante unos instantes y sentiste cierta inquietud, cierto temor. Las dudas retornaban de nuevo, las mismas dudas que te habían asaltado mientras conducías y la ansiedad por llegar te hacía pisar el acelerador porque siempre, siempre tuviste por cierto que irías allí. Pero había pasado más de un año…Y qué sabías tú… Al fin, tomaste aliento, te acercaste a él y pusiste el libro sobre la mesa:
-Quería devolverlo- dijiste.

-II-
Aquella noche de Junio era agradable. Extrajo de la máquina una infusión y se sentó en las escaleras de la fachada posterior del hospital. Allí se reunían los acompañantes de los enfermos para tomar el aire, fumar o charlar en voz baja, compartiendo en una absurda y necesaria catarsis las desgracias comunes. En tu caso, hablar de su enfermedad no sólo no te aliviaba, sino que te producía hastío. De nada servían las frases hechas que con la mejor intención solían intercambiarse, “Hay que tomarlas como vienen”, “Qué se le va a hacer si Dios lo manda”, “Las desgracias nunca vienen solas”, “Mientras hay vida hay esperanza”… Desde hacía unos meses, cuando comprendiste que la lucha no era para vivir sino para morir de la forma menos dolorosa posible, preferías el silencio, la soledad y el refugio en la lectura cuando no lo estabas acompañando. Acaso aquel empeño en pasar tantas horas a su lado, era una forma de acallar la mala conciencia. Le querías, pero desde tiempo atrás no lo amabas. Tal vez si no fuese por su enfermedad no estarías con él. Y a la memoria vinieron las palabras del poeta chileno: Se había separado de su mujer… estaba solo y jodido… le quedaba poco tiempo. También sabías tú que a él le quedaba poco tiempo y no se hubiera merecido pasar solo aquel calvario.

Una brisa llevaba hasta ella el olor de las camelias del jardín cercano. Aquel aroma le despertó gratos recuerdos… promesas de verano, días azules, viajes… Tiempos felices. Respiró hondo, se arrebujó en la chaqueta y miró a las estrellas… Los sueños, ajenos a la enfermedad, acudían cada noche…. Consultó la hora, habían pasado veinte minutos… ¿Podría hoy conciliar bien el sueño?... Estaba sedado, pero los calmantes cada vez hacían menos efecto. Intentaste templar tu ansiedad apartando de la mente dolorosos pensamientos. Apuraste la infusión y diste una última calada al cigarrillo, y ya te disponías a marchar cuando un hombre alto y corpulento se sentó a tu lado.
Aquella misma noche hicieron el amor en los lavabos de la planta baja. Con prisa, con urgencia, con ansiedad. No intercambiaron palabras, ni siquiera se dijeron sus nombres. Ella no recuerda cuando él, entre gemidos, pronunció el suyo mordiéndole los labios, engastándole las nalgas con poderosas manos, mientras las de ella se aferraban a la nuca de él y sus muslos encajaban las caderas masculinas. Tampoco recuerda qué noche ella pronunció el nombre de él. Recuerda, sí, recuerda, el contacto frío de los azulejos en su espalda y la tibieza del esperma humedeciendo su sexo y resbalando por sus muslos.

-III-
Mientras caminaba por el pasillo, se sintió confusa y desconcertada. En los breves encuentros que habían mantenido a lo largo de aquellas tres semanas no hubo preguntas, fue un acuerdo tácito entre ellos. Por tanto, nada se debían. Pero no pudo evitar sentir cierto vacío, cierta decepción y melancolía después de varios días de ausencia sin que hubiera mediado una explicación o al menos una despedida. Te preguntabas si aquellos dos desconocidos que se habían encontrado por azar, eran algo más que dos extraños que compartían una afición por los libros, algo más que dos seres urgidos por deseos puntuales y unidos circunstancialmente por la necesidad de aliviar la angustia y la soledad… En realidad, nada sabía de él a parte de su nombre, sus gustos literarios y de que era un anodino traductor… Sin embargo intuía que no sería fácil desprenderse de él. Y recordaste, sí, recordaste, su tacto, su olor, las manos de él recorriendo tu cuerpo.

Cuando entró en la habitación, lo vio dormido. Desde los pies de la cama lo observó. Los rasgos de su rostro se habían aflojado, pero sus ojos se contraían por momentos en un tic nervioso y la boca se tensaba en un rictus de dolor. Su respiración era fatigosa y los brazos flacos y amoratados descansaban sobre las sábanas con las palmas de las manos extendidas hacia arriba. Con delicadeza, acariciaste aquel cuerpo consumido, luego comprobaste los goteros y las vías y lo arropaste. En ese momento, abrió los ojos y con voz débil te pidió un vaso de agua. Cuando se incorporó para beber, apuntó con la barbilla hacia la repisa de la ventana y dijo: Han traído un libro para ti. Te lo dejaron en recepción.

Te acercaste a la ventana y tomaste el libro entre las manos. Tus dedos rozaron levemente las tapas mientras sentías un estremecimiento y una amalgama de sentimientos contradictorios se agitaban en tu interior. Luego lo abriste por la página que indicaba un marcador y en él, con letra casi ilegible, alguien había escrito: “Puedes quedártelo. O devolvérmelo”. Entonces buscaste en las primeras páginas esperando encontrar un nombre conocido y unos apellidos ignorados. Y en el reverso de la cubierta viste un grabado: un águila en posición frontal que sostenía un libro entre sus alas extendidas. En la parte inferior la siguiente leyenda: Ex Libris /Biblioteca Voltaire.
Entornaste los ojos y permaneciste un rato contemplando la vista que se ofrecía tras el ventanal, la luz brillante de la tarde, los niños corriendo en el parque, los árboles, el sol, la gente en las terrazas de los cafés... La vida discurriendo al otro lado del cristal.
Ahogaste un suspiro, tomaste aliento y abriste la ventana.
***
Les dejo un par de enlaces por si quieren ver diferentes Ex Libris:

4 comentarios:

ybris dijo...

Verdaderamente sorprendente y sugerente el mundo de los Ex Libris.
El grabado del que reproduces al principio ya me atrajo nada más ver su inscripción:
"Un libro es como un buen amigo. Quisiera conservar por siempre a mis amigos"
Y el relato es insuperable.
Me di una vuelta por tus enlaces. Desde luego es algo inspirador.
Me ha encantado tu entrada de hoy.

Gracias. Besos.

Shandy dijo...

Ybris, vengo de tu cuaderno con una sonrisa y tu presencia aquí hace que surja otra.
A mí también me parece muy atrayente el mundo de los Ex Libris. Me gusta la historia o la simbología que algunos de ellos encierran, o lo que sugieren con sólo una mirada. Algunos son capaces de plasmar las placenteras sensaciones de la lectura y los mundos abiertos que ofrece la Literatura.
Gracias a ti.
Un fuerte abrazo

Tórtola dijo...

Deberiamos chegar a un bon acordo, resabida lectora. Eu escribo para ti. Imaxino o teu rostro, algo indecente, nas augas encoradas nun espello, e anque nunca cheguemos a atoparnos, xa sei que te asemellas a min mesmo. Xa sei que sabes de memoria moitos versos, e exploras, solitaria, a túa cidade, sen dixares de er unha viaxeira. Ti que es vulnerable, susceptible, eu que son pensativo, un pouco escéptico fago por ti cancións sentimentais.
Deberiamos chegar a algún acordo sobre a cuestión dos nosos sentimientos -aqueles que enfriaron ou mirraron- ter algún compromiso duradeiro. Non vaia a ser que xa non coñezamos o rostro que nos mira desde o espello.

Shandy dijo...

Tórtola, unha pequena historia:

Os amores Anarquistas
Sempre tivo por certo que as mellores historias de Amor - e DesAmor- foron escritas en negro sobre branco. Ou en papeis libres, papeis non timbrados, nen rubricados, nen santificados por palabras de ninguén. Porque non ignora que os papeis poden racharse, que certos notarios aceptan bula e que o que calquera deus ata nun paraíso terrenal pode ser desatado por calquera home ou calquera muller. Sen embargo sabe que o Nó Anarquista que un home e una muller libremente deciden atar non pode desfácelo ningún deus nen ningún home. O seu compromiso é un código secreto que só establecen eles, e donde a letra "Alfa", a primeira dese código, a primeira do alfabeto, a primeira do verbo Amar, escrébese con A maiúscula e pechada dentro dun círculo que a protexe.
É éste un código temido, e polo mesmo prohibido, polos cobardes, polos que teñen medo a "Alfa" libertaria e non entenden que a parella P +P significa "Prohibido Prohibir".

Rula, eles sempre se recoñeceran nese espello porque lles devolve un reflexo de si propios.

Escribirei esta historia en negro sobre branco. Xa a lerás.