
Siempre me recordó al personaje que Burt Lancaster interpretaba en la película Confidencias de Visconti. Como él, Paco también parecía comprenderlo todo y contemplar la vida con una mirada serena de escéptico humanismo. A los cincuenta y cinco se había retirado a su pequeño pueblo, en una casita frente al mar, para vivir entre las ruinas de su inteligencia y la compañía de Madame, su gata.
Aquel primer verano de clases de francés, Totó y yo salíamos juntos. Algunas tardes llegábamos antes de la hora porque nos gustaba la casa de Paco, nuestro profesor. Tenía una espléndida biblioteca y en cada rincón guardaba algún recuerdo de sus viajes, sobre todo gatos, gatos de distintos tamaños y colores. Eran su fetiche.
Madame se amodorraba en un cojín y nosotros tomábamos café o te en unas tazas de porcelana china mientras esperábamos a Mabel, la otra alumna de Paco. En el tocadiscos sonaban Aznavour, Jacques Brell, Edit Piaff o los Conciertos de Bach. Hablábamos de cine, de música, de literatura. Bueno, más bien lo hacía el profesor, nosotros éramos jóvenes ávidos de conocimiento.
A Paco se le iluminaban los ojillos y se ponía canalla cuando nos contaba sus experiencias en París, donde había vivido a finales de lo sesenta. Era culto, refinado y amaba todo lo francés. En nuestras clases de lengua nos leía a Crhetien de Troyes, a Les Poètes Maudits y nos daba textos de La cantatrice chauve o La leçon de Ionesco para que interpretásemos. Con frecuencia quedábamos por las noches en su casa y nos ponía películas de directores franceses. En aquellas sesiones descubrimos a Renoir, a Ophüls, a Truffaut… Y fue la primera vez que vi L’Atalante de Jean Vigo.
Mabel, Totó y yo nos divertíamos con Paco, le admirábamos; y a lo largo de varios veranos fuimos estableciendo con él una amistad y una complicidad que llegó a convertirse, tanto en mi caso como en el de Mabel, en un amor platónico.
Uno de aquellos días, nos acompañó a casa de Paco una amiga de Mabel. No recuerdo su nombre, he preferido olvidarlo. Quería marcharse a Francia y Mabel le había hablado de Paco. Vino para conocerlo. Cuando Paco la vio, comentó que se parecía a Jeanne Moureau, una de sus musas más admiradas del cine francés. Era muy guapa y algo mayor que nosotros.
Aquella noche, como homenaje a ella, Paco habló de París, sus calles, sus cafés, sus librerías, los amores vividos..., y recitó poemas de Baudelaire y Rimbaud. Bebió mucho, fumó hierba e invitó a la “Moureau” a bailar La vie en rose. Estaba feliz y nosotros también. Recuerdo que nos reíamos mucho, excepto la amiga de Mabel, que después del baile se tumbó en el sofá y se quedó dormida.
En un momento de la noche, Paco se sintió mal. Nos asustó su palidez y ver que ponía los ojos en blanco. Estaba de pie y se desplomó sobre la alfombra permaneciendo inconsciente durante unos minutos. Cuando despertó, vomitó allí mismo, en el salón. Totó y yo lo llevamos hasta su cuarto, lo desvestimos y lo metimos en la cama mientras Mabel limpiaba el vómito y le preparaba una infusión.
Era las siete de la mañana cuando salimos de allí y decidimos ir a desayunar. Mientras nos servían, expresamos nuestra preocupación por Paco y entonces la “Moureau” comentó: "No sé como podéis aguantarlo, es un viejo triste que va de progre y sólo vive de recuerdos".
Nos dolió aquel desprecio. Pero empecé a entender el brillo húmedo y el velo de melancolía que cubría los ojos de Paco cuando llegaba el final del verano y nosotros abandonábamos el pueblo y sus clases.
Tenía sesenta y seis años cuando decidió morir. Fue una tarde de septiembre cuando abrió la espita del gas y se dejó ir. No fui a su entierro, algo que siempre me reprocho.
Cuando lo encontró Ada, la señora que limpiaba la casa, en el tocadiscos todavía giraba La pasión según San Mateo, de Bach, y entre sus manos retenía un poema de Baudelaire, El enemigo:
“Mi juventud no fue sino un gran temporal
atravesado, a rachas, por soles cegadores;
hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
que apenas, en mi huerto, queda un fruto de sazón
[…]
-¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo,
y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
crece y se fortifica con nuestra propia sangre”