
“Esa sonrisa es burla. Burla de mí y de todos
los que creemos que creemos que
la cultura es un líquido que se bebe en su fuente
un síntoma especial que se contrae
en ciertos sitios contagiosos, algo
que se adquiere por ósmosis”.
("Mirando a la Gioconda", Rosario Castellanos)
Los elementos que aparecen en la imagen superior son frecuentes en el mundo pictórico del autor del cuadro: cortinas recogidas, una esfera, un recorte de cielo con nubes y un horizonte abierto al mar. Todos ellos son propios y nos remiten al peculiar universo del surrealismo de René Magritte. Pero quizás lo más surrealista que se nos ofrece no es la composición, sino el título elegido para ella: La Gioconda. Sólo un capricho o un juego intelectual por parte del pintor pueden explicar la elección de ese título, pues nada hay en él que pueda sugerirnos a la dama "alegre" retratada por Leonardo da Vinci. A parte de producir extrañamiento y desconcierto ¿qué es lo que pretende Magritte con la elección del título para esa onírica composición? Les dejo esa pregunta. Mi respuesta a ella tal vez está implícita en el texto que sigue:
Decía Simone de Beauvoir en La edad de discreción que “Ver cosas es ocioso. Tiene que haber un proyecto o una pregunta que nos ponga en relación con ellas”. Y es que a veces creemos que con llegar y tocar el santo ya podemos darnos por satisfechos. Así, por ejemplo, vamos a la Catedral de Santiago, metemos los dedos en los agujeros del “Santo de los croques”(1), golpeamos tres veces la cabeza contra la piedra granítica – la mayoría sin saber a cuento de que- y ya creemos que estamos nimbados. Claro que si nos hacemos una pregunta, una tonta preguntita, nos damos con un canto en la cabeza y salimos con un metafórico chichón para el que nos aplicamos la pomada del adjetivo “Imbécil”. Por borregos.
Les diré que algo muy parecido a lo que describen los versos de Rosario Castellanos que encabezan la entrada,“Mirando a la Gioconda”, experimentó una Shandy veinteañera delante de ese pequeño cuadro que está en el Louvre protegido por un grueso cristal antibalas. Una sensación de frustración cuando, después de “Faire la queu” -algo que detesto, aunque en aquel tiempo era más sacrificada- y de amasarme en un día asfixiante de calor entre otros cándidos turistas, me esforzaba yo en auparme en las puntas de los pies y , desde la distancia (¿unos ocho metros?), adivinar la mirada misteriosa y la benevolente sonrisa de burla de una de las pinturas más famosas de la historia del arte: ¡ La Mona Lisa o Gioconda, de Leonardo da Vinci! Bien, había tocado el Santo –y ni siquiera eso- . ¿Y ahora qué?
Disculpen la larga y desconcertante introducción de esta entrada. Pero no se apuren, que yo sí les voy a dejar tocar el Santo. Porque mi Santo de hoy es mostrarles un microrrelato que desencadenó toda esta reflexión y trajo a la memoria las palabras de Simone de Beauvoir y el misterioso cuadro de Magritte. Por supuesto que son asociaciones imprevistas y subjetivas. Y no se extrañen, que ya saben que los mundos interiores de cada cual y los prejuicios son así de caprichosos.
El cuentito que les dejo al final se titula también La Gicoconda, y, como buen micro, se presta a distintas interpretaciones. En principio se presenta como la búsqueda de una pintura y la génesis de su creación. Pero también se puede entender como la metáfora de una actitud ante la vida. En el protagonista de este breve relato hay una conciencia clara y una férrea voluntad de descubrimiento, de indagar y encontrar por sí mismo a riesgo de perecer en distintas batallas. En esa búsqueda incesante de un Maravilloso cuadro reside un proyecto y unas preguntas que yo asocio a las palabras de Simone de Beauvoir. Se podría pensar que la búsqueda afanosa de algo muy concreto puede ser inútil, porque en la vida no se trata de encontrar ningún Santo Grial, y además la no satisfacción de un único deseo puede conducir a la frustración. Pero es que la Gioconda de este cuento se nos ofrece como un “Mar”, y pienso yo en el Mar de Kavafis en el que hay tantas Ítacas a las que abordar. Esta Gioconda es uno y mil deseos, uno y mil proyectos, algo que nos impulsa a luchar, a caminar, a amar y a buscar y encontrar por nosotros mismos sin ser conducidos como ovejas del rebaño. En cuanto a la estructura del cuento me llama la atención la capacidad de síntesis de su autor, que en pocas palabras describe la historia de toda una vida. Sólo hay cuatro adjetivos, tres de ellos referidos al cuadro con una fuerte intensidad semántica: "Maravilloso, Fabuloso, Soñado". Las oraciones yuxtapuestas y verbos de movimiento imprimen un ritmo rápido y las estructuras sintácticas paralelístiscas confieren el ritmo poético. Observen como se va encadenando el relato con la conjunción adversativa “Pero”.
Y ya me callo. Les dejo con el microcuento y el poema completo de Rosario Castellanos. Ah, se me olvidaba decirles que en la próxima entrada les mostraré otras Giocondas que parafrasearon a la de da Vinci. Hoy sólo me apetecía imaginar detrás de las cortinas y del cielo de Magritte y entretenerles adivinando a La Mona Lisa en los escritos de Cesar Fernández Moreno y Rosario Castellanos.
LA GIOCONDA
Supo que había un cuadro maravilloso llamado la Gioconda. Pero quería descubrirlo por sí solo. Se dedicó, desde muy joven, a ignorar la historia y la geografía. Un día partió a recorrer mundo en busca del fabuloso cuadro. Recorrió tiempos y ciudades, entró en palacios y mesones, agotó galerías agobiadas de obras magníficas. Pero ninguno era la Gioconda.
Muchas veces estuvo por abordar a los guías y preguntarles de una vez dónde hallar el soñado cuadro. ¡Era tan sencillo que lo tomaran de la mano y lo dejaran frente a ese mar!
Pero siguió buscando por sí solo. Amó a muchas mujeres cuyos ojos le parecían los de la Gioconda. Luchó con hombres en cuyos labios presentía la sonrisa de la Gioconda.
Llegó un momento en que el mundo ya no tenía secretos para él. Pero nada sabía aún de la Gioconda. A la sazón, había llegado a Florencia a principios del XVI.
Entonces desesperado pintó la Gioconda.
Decía Simone de Beauvoir en La edad de discreción que “Ver cosas es ocioso. Tiene que haber un proyecto o una pregunta que nos ponga en relación con ellas”. Y es que a veces creemos que con llegar y tocar el santo ya podemos darnos por satisfechos. Así, por ejemplo, vamos a la Catedral de Santiago, metemos los dedos en los agujeros del “Santo de los croques”(1), golpeamos tres veces la cabeza contra la piedra granítica – la mayoría sin saber a cuento de que- y ya creemos que estamos nimbados. Claro que si nos hacemos una pregunta, una tonta preguntita, nos damos con un canto en la cabeza y salimos con un metafórico chichón para el que nos aplicamos la pomada del adjetivo “Imbécil”. Por borregos.
Les diré que algo muy parecido a lo que describen los versos de Rosario Castellanos que encabezan la entrada,“Mirando a la Gioconda”, experimentó una Shandy veinteañera delante de ese pequeño cuadro que está en el Louvre protegido por un grueso cristal antibalas. Una sensación de frustración cuando, después de “Faire la queu” -algo que detesto, aunque en aquel tiempo era más sacrificada- y de amasarme en un día asfixiante de calor entre otros cándidos turistas, me esforzaba yo en auparme en las puntas de los pies y , desde la distancia (¿unos ocho metros?), adivinar la mirada misteriosa y la benevolente sonrisa de burla de una de las pinturas más famosas de la historia del arte: ¡ La Mona Lisa o Gioconda, de Leonardo da Vinci! Bien, había tocado el Santo –y ni siquiera eso- . ¿Y ahora qué?
Disculpen la larga y desconcertante introducción de esta entrada. Pero no se apuren, que yo sí les voy a dejar tocar el Santo. Porque mi Santo de hoy es mostrarles un microrrelato que desencadenó toda esta reflexión y trajo a la memoria las palabras de Simone de Beauvoir y el misterioso cuadro de Magritte. Por supuesto que son asociaciones imprevistas y subjetivas. Y no se extrañen, que ya saben que los mundos interiores de cada cual y los prejuicios son así de caprichosos.
El cuentito que les dejo al final se titula también La Gicoconda, y, como buen micro, se presta a distintas interpretaciones. En principio se presenta como la búsqueda de una pintura y la génesis de su creación. Pero también se puede entender como la metáfora de una actitud ante la vida. En el protagonista de este breve relato hay una conciencia clara y una férrea voluntad de descubrimiento, de indagar y encontrar por sí mismo a riesgo de perecer en distintas batallas. En esa búsqueda incesante de un Maravilloso cuadro reside un proyecto y unas preguntas que yo asocio a las palabras de Simone de Beauvoir. Se podría pensar que la búsqueda afanosa de algo muy concreto puede ser inútil, porque en la vida no se trata de encontrar ningún Santo Grial, y además la no satisfacción de un único deseo puede conducir a la frustración. Pero es que la Gioconda de este cuento se nos ofrece como un “Mar”, y pienso yo en el Mar de Kavafis en el que hay tantas Ítacas a las que abordar. Esta Gioconda es uno y mil deseos, uno y mil proyectos, algo que nos impulsa a luchar, a caminar, a amar y a buscar y encontrar por nosotros mismos sin ser conducidos como ovejas del rebaño. En cuanto a la estructura del cuento me llama la atención la capacidad de síntesis de su autor, que en pocas palabras describe la historia de toda una vida. Sólo hay cuatro adjetivos, tres de ellos referidos al cuadro con una fuerte intensidad semántica: "Maravilloso, Fabuloso, Soñado". Las oraciones yuxtapuestas y verbos de movimiento imprimen un ritmo rápido y las estructuras sintácticas paralelístiscas confieren el ritmo poético. Observen como se va encadenando el relato con la conjunción adversativa “Pero”.
Y ya me callo. Les dejo con el microcuento y el poema completo de Rosario Castellanos. Ah, se me olvidaba decirles que en la próxima entrada les mostraré otras Giocondas que parafrasearon a la de da Vinci. Hoy sólo me apetecía imaginar detrás de las cortinas y del cielo de Magritte y entretenerles adivinando a La Mona Lisa en los escritos de Cesar Fernández Moreno y Rosario Castellanos.
LA GIOCONDA
Supo que había un cuadro maravilloso llamado la Gioconda. Pero quería descubrirlo por sí solo. Se dedicó, desde muy joven, a ignorar la historia y la geografía. Un día partió a recorrer mundo en busca del fabuloso cuadro. Recorrió tiempos y ciudades, entró en palacios y mesones, agotó galerías agobiadas de obras magníficas. Pero ninguno era la Gioconda.
Muchas veces estuvo por abordar a los guías y preguntarles de una vez dónde hallar el soñado cuadro. ¡Era tan sencillo que lo tomaran de la mano y lo dejaran frente a ese mar!
Pero siguió buscando por sí solo. Amó a muchas mujeres cuyos ojos le parecían los de la Gioconda. Luchó con hombres en cuyos labios presentía la sonrisa de la Gioconda.
Llegó un momento en que el mundo ya no tenía secretos para él. Pero nada sabía aún de la Gioconda. A la sazón, había llegado a Florencia a principios del XVI.
Entonces desesperado pintó la Gioconda.
Mirando a la Gioconda
(En el Museo del Louvre, naturalmente)
¿Te ríes de mi? Haces bien.
Si yo fuera Sor Juana
o la Malinche o, para no salirse del folklore,
alguna encarnación de la Güera Rodríguez
(como ves, los extremos, igual que Gide, me tocan)
me verías, quizá, como se ve
al espécimen representativo
de algún sector social de un país del Tercer Mundo.
Pero soy solamente una imbécil turista de a cuartilla,
de las que acuden a la agencia de viajes para que
les inventen un tour. Y monolingüe
¡para colmo! que viene a contemplarte.
Y tú sonríes, misteriosamente
como es tu obligación. Pero yo te interpreto.
Esa sonrisa es burla. Burla de mí y de todos
los que creemos que creemos que
la cultura es un líquido que se bebe en su fuente
un síntoma especial que se contrae
en ciertos sitios contagiosos, algo
que se adquiere por ósmosis.
Cesar Fernández Moreno, “La Gioconda” en Cuentistas hispano-americanos en La Sorbona, antología de Olver Gilberto de León, Barcelona, Ediciones Mascarón, 1983
Rosario Castellanos, “Mirando a la Gioconda” en Poesía no eres tú, obra poética 1948-1971, Fondo de Cultura Económica, Letras Mexicanas, México, 1972.

(1)Santo de los croques (Santo dos croques): pequeña escultura perteneciente al Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela, creada por el Maestro Mateo. Representa a un hombre arrodillado que, de espaldas a las demás esculturas, parece estar rezando. Existe una antigua tradición de los estudiantes de la Universidad de Santiago de chocar sus cabezas tres veces contra esta escultura para que les transmita sabiduría.